Bardem trabajó para Woody Allen en “Vicky Cristina Barcelona” y ahora para Iñarritu en “Biutiful”, también en Barcelona. En la primera se hace una postal de esta ciudad, para mostrar a turistas. En esta segunda película no se trata de una postal siNo de una realidad que circunda las ciudades modernas, soberbias, grandilocuentes, pero llenas de todos los pecados del sistema desordenado, inequitativo e injusto que es la globalización.
Acá, al mejor estilo de Paul Haggis (“Crash”), se entrelazan las migraciones ilegales de razas y credos, de hombres y mujeres, de niños y niñas, todos sin futuro y con un solo presente de supervivencia. La mixtura de asiáticos, ibéricos, negros norafricanos se agolpa en las feas periferias de las bellezas arquitectónicas de la gran city. El mar adorna amaneceres y tardes, para unos bañistas felices que no se ven y para una oleada de cadáveres abandonados de maquiladores, que por un pan y un espacio de suelo para dormir, arriegaron sus vidas al azar de una hornilla de gas descuidada.
Uxbal, el protagónico de Bardem, es un buen padre enfermo de una próstata que sangra y de mediar entre los desarraigados y los nacionales, de deambular y negociar entre traficantes de droga y tratantes de imnmigrantes ilegales, de intentar proteger a una esposa bipolar y de tendencia alcohólica, de morir a paso lento...
Martina García, aparece como colombianita perdida en una única escena de farra inconsecuente con el reciente galardonado. Catalanes y mexicanos comparten la producción del filme de Alejandro González Iñárritu. De nuevo Gustavo Santaolalla hace su música. Pero hizo falta el guión de Guillermo Arriaga, el otro de la inolvidable tripleta que hizo “Amores Perros”, “21 gramos” y “Babel”.
En “Biutiful” hay un intento de historia que, si bien no puede afirmarse que no exista, no pasa de ser un relato simple cuyo mayor valor está en la interpretación que se le puede dar. Porque el argumento muestra un mundo que pareciera ser una “denuncia social” de los maquillajes de la rimbombante Barcelona, pero no lo es. Pareciera también ser un conmovedor folletín con el tono literario de un Dovstoieski, pero tampoco lo es. Simula dolorosas miradas que están solo en el interior del protagonista, bien logrado, que solo pudieran percibirse en las escenas de pobreza y abandono, de enfermedad y tristeza, pero que no son resultado de una auténtica introyección del director-productor-escritor.
Hacen falta Arriaga y sus guiones (solo similares a los del ya mencionado Paul Haggis). Santaolalla parece ratificar que solo contó con suerte, al ser premiado en “Babel” y “Brokeback Mountain”. Iñarritu puede estar confirmando que quizá dirija, pero que no escribe con firmeza.