domingo, 7 de noviembre de 2010
RETRATOS EN UN MAR DE MENTIRAS (Portraits in a Sea of Lies)
Mejor actuación principal femenina Premio Macondo y Premio al mejor guión original, además de Premio Nacional de Largometraje.
Erwin Goggel ha sido también productor de “La vendedora de rosas” y “El Palenque de San Basillio” entre otros filmes. Es natural de Sopó, de nacionalidad colombosuiza y estudió economía en la Universidad de los Andes.
Carlos Gaviria le ha acompañado, en este caso como director de un filme auténtico, identitario y realista.
Paola Baldión (premiada por su excelente papel) y Julián Román (con genética actoral) hacen un viaje a la memoria de un país sangrante, violentado y con esperanzas perdidas. El filme comienza con los retratos del fotógrafo tomados ante un telón de fondo simulando "un mar de mentiras" en medio del caos de los barrios periféricos de Bogotá.
La película terminará desentrañando ese otro "mar de mentiras" que hay tras el potencial de recuperación de sus tierras para los protagonistas. La violencia de provincia en medio de los enfrentamientos de paras en tarea de testaferrato robando tierras y eliminando propietarios, enfrentados a una guerrilla inconsecuente, revela el incierto camino a una paz campesina que lleva a la realidad de lo irrecuperable y del desplazamiento masivo. Los muertos aparecen ante los ojos de la muy consciente protagonista de supuesto embobamiento. Finalmente, el mar se llevará a su primo como prueba de la única verdad hasta ahora presente en el conflicto interno: muerte y buenos deseos inalcanzables.
RETRATOS EN LA PASIÓN DE GABRIEL (The Passion of Gabriel)
Mejor actuación principal masculina Premio Macondo y Premio del público en la misma entrega.
Con la dirección de Luis Alberto Restrepo, “Sin tetas no hay paraíso” y “El cartel de los sapos” en TV (“La Primera noche”). Un excelente director de televisión, que en este caso orienta los roles de Andrés Parra, conocido como “Anestesia” en TV, (“Dr. Alemán”, “Satanás”, “El amor en los tiempos del cólera”) y de María Cecilia Sánchez, ganadora de La Isla de los Famosos 2005”, también en TV (“El arriero”, “Satanás”).
Andrés Parra demuestra su capacidad histriónica de alto calibre una vez más, en medio de los enfrentamientos del conflicto interno colombiano. Este cura tiene como sus pasiones el amor a Dios, su pueblo y su mujer. Una hipócrita moral de los poderosos del pueblillo del que es párroco, las tensiones entre ejército y guerrilla y su amor terrenal le llevarán a finalizar en una pasión cristiana, muriendo como uno más dentro del irrefrenable escenario violento del país.
Pastillas y sorbos de corrupción
La corruptela política ha sido siempre una característica, tanto bajo el sistema bipartidista como del sistema multipartidista. Con el ordenamiento constitucional del siglo pasado o del actual, en descentralización administrativa o no, la corrupción ha sido una esencial práctica política del país. Con sus varias modalidades, la corrupción ha sido entrañada en el Estado como una conducta burocrática de obstaculización a las libertades ciudadanas en sus transacciones con las jerarquías en el gobierno. Ha estado omnipresente como clientelismo malversando las relaciones privado-públicas. No debe negarse, sin embargo, que en el ámbito electoral fue algo más propio de la carta de 1886 que de 1991.
No obstante, por generaciones el ciudadano colombiano ha pensado en el ingreso al aparato estatal como una opción de ascenso social y de enriquecimiento personal, ya como funcionario de libre remoción o como sujeto de elección popular.
El ciudadano con ambición de funcionario comienza por adentrarse en un proceso poco transparente de ingreso a la nómina burocrática, pesada, ineficiente e ineficaz, para luego ocultarse en la maraña de trámites y procedimientos, pudiendo recibir prebendas por desenredarlos a quien se lo solicite.
El político que juega al azar de la elección por voto popular empieza requiriendo ayudas pecuniarias, comprometiendo mal su palabra con sus protectores y con su elector. Desea ser influyente para pertenecer a la cadena de “valor” que lleva a la contratación pública. Acceder a comités de toda índole para contar con información supuestamente necesaria para triunfar en las convocatorias.
El funcionario quiere ser intermediario de las relaciones con el sector privado en áreas de auditoría, de contraloría, de revisión, de superintendencia o de fiscalización de cualquier clase. Ser puente entre la anomalía y la reglamentación, inclinarse a favor de quien más delinque para obtener una porción del ilícito. El cálculo debe hacer bien y preciso, pues las sumas deberán compensar ingresos faltantes entre los tiempos muertos que hay en el paso de un cargo a otro. De allí el constante rumor de los agentes privados sobre la nueva ubicación pública del funcionario para reencontrarlo y diseñar la componenda de otro negocio.
El asesor o el consultor desean dar relieve tangible a su intangible conocimiento. Pertenecer a las nóminas paralelas es uno de los más cómodos procedimientos corruptos pues, sin enfrentar la responsabilidad del titular, se cree incidir en las decisiones de alto calibre pero con usufructo de pagos mayores por honorarios y otrosís contractuales.
El abogado, no todos, se afianza en el hecho de que el ciudadano de a pie no lee la ley a disposición pública, pues no la entiende, y de allí la prevalencia del “jurista”. El abogado, presente en muchas partes, ostenta su “lecturabilidad” y cobra por enredar al sistema penal, al contencioso administrativo o al contractual.
El contratista, tiene a su favor una figura que es la del interventor. Este ayuda a pasar por alto los controles, facilitando los abonos provenientes del erario público, pasando por alto ciertos estándares de calidad o, en el menor de los casos, permitiendo la ineficiencia del proceso, amparando fallas de planeación, demoras, incumplimientos, así al final la obra o el servicio queden entregados.
Así, el Estado colombiano no es un escenario de gobierno y oposición política, sino un ámbito de prevaricación dolosa y culposa, de cohechos y denegaciones, de malversaciones, fraudes y exacciones en el aparato burocrático, enfrentado a la competencia de descrédito de viudos del poder que desean ocupar posteriormente las posiciones o escaños atacados para continuar con las mismas conductas, pero en su propio favor económico y político.
Es a esta maraña a la que se califica de manera equívoca de inteligencia política, de ejercicio altruista de la carrera política, de conocimiento de los altos valores en la conducción de las riendas del Estado. Pero es un proceso histórico de ennoblecimiento inútil de algunas siguientes generaciones y apellidos que persisten en el mismo camino de manutención de una élite que finge y funge de cuadro intelectual y tecnocrático.
No obstante, por generaciones el ciudadano colombiano ha pensado en el ingreso al aparato estatal como una opción de ascenso social y de enriquecimiento personal, ya como funcionario de libre remoción o como sujeto de elección popular.
El ciudadano con ambición de funcionario comienza por adentrarse en un proceso poco transparente de ingreso a la nómina burocrática, pesada, ineficiente e ineficaz, para luego ocultarse en la maraña de trámites y procedimientos, pudiendo recibir prebendas por desenredarlos a quien se lo solicite.
El político que juega al azar de la elección por voto popular empieza requiriendo ayudas pecuniarias, comprometiendo mal su palabra con sus protectores y con su elector. Desea ser influyente para pertenecer a la cadena de “valor” que lleva a la contratación pública. Acceder a comités de toda índole para contar con información supuestamente necesaria para triunfar en las convocatorias.
El funcionario quiere ser intermediario de las relaciones con el sector privado en áreas de auditoría, de contraloría, de revisión, de superintendencia o de fiscalización de cualquier clase. Ser puente entre la anomalía y la reglamentación, inclinarse a favor de quien más delinque para obtener una porción del ilícito. El cálculo debe hacer bien y preciso, pues las sumas deberán compensar ingresos faltantes entre los tiempos muertos que hay en el paso de un cargo a otro. De allí el constante rumor de los agentes privados sobre la nueva ubicación pública del funcionario para reencontrarlo y diseñar la componenda de otro negocio.
El asesor o el consultor desean dar relieve tangible a su intangible conocimiento. Pertenecer a las nóminas paralelas es uno de los más cómodos procedimientos corruptos pues, sin enfrentar la responsabilidad del titular, se cree incidir en las decisiones de alto calibre pero con usufructo de pagos mayores por honorarios y otrosís contractuales.
El abogado, no todos, se afianza en el hecho de que el ciudadano de a pie no lee la ley a disposición pública, pues no la entiende, y de allí la prevalencia del “jurista”. El abogado, presente en muchas partes, ostenta su “lecturabilidad” y cobra por enredar al sistema penal, al contencioso administrativo o al contractual.
El contratista, tiene a su favor una figura que es la del interventor. Este ayuda a pasar por alto los controles, facilitando los abonos provenientes del erario público, pasando por alto ciertos estándares de calidad o, en el menor de los casos, permitiendo la ineficiencia del proceso, amparando fallas de planeación, demoras, incumplimientos, así al final la obra o el servicio queden entregados.
Así, el Estado colombiano no es un escenario de gobierno y oposición política, sino un ámbito de prevaricación dolosa y culposa, de cohechos y denegaciones, de malversaciones, fraudes y exacciones en el aparato burocrático, enfrentado a la competencia de descrédito de viudos del poder que desean ocupar posteriormente las posiciones o escaños atacados para continuar con las mismas conductas, pero en su propio favor económico y político.
Es a esta maraña a la que se califica de manera equívoca de inteligencia política, de ejercicio altruista de la carrera política, de conocimiento de los altos valores en la conducción de las riendas del Estado. Pero es un proceso histórico de ennoblecimiento inútil de algunas siguientes generaciones y apellidos que persisten en el mismo camino de manutención de una élite que finge y funge de cuadro intelectual y tecnocrático.
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