sábado, 12 de marzo de 2016
HOUSE OF CARDS... CUARTA TEMPORADA
La temporada 4 del interesante relato alrededor de una Casa Blanca, donde se juega al azar con las vidas y destinos de sus protagonistas, o de un castillo de naipes, en el cual todo lo que sucede alrededor del poder es sensible al derrumbe inmediato, cualquiera que sea la metáfora del título, ha llegado a su capítulo 52.
“House of Cards” ha tenido éxito anticipado, y merecido, por varias razones. La primera, el haber sido el producto estrella lanzado por la novedosísima Netflix, innovadora del servicio en línea de Pague Por Ver, con el avance del “streaming”. La segunda razón es la presencia de Kevin Spacey, un excelente actor galardonado que ocupa bien el lugar del Presidente Underwood de los Estados Unidos. La tercera razón en el bien justificado carisma y buena actuación de la que se inició como princesa en la ficción por su cara angelical, para pasar luego a ser el gran amor del inolvidable Forrest Gump. De este rastro juvenil queda una excelente presencia madura como la primea dama, de quien es la madre de los dos hijos de Sean Penn. Un atractivo más de la serie ha sido el referente a presidencia norteamericana, con un poster que ondea, al revés, la bandera de ese país y sienta en la silla marmórea de Lincoln a un Underwood de manos sangrantes.
La semántica general de la serie es seria y sin efectismos, lo cual le aporta la credibilidad suficiente para mantener al espectador inmerso en los intereses de cada personaje y tener un acercamiento de ficción aunque muy realista a las interioridades del poder en el Congreso y la Presidencia del país que, para bien o para mal, son ejemplo de lo que se supone la esencia de una democracia con libertad.
Las cuatro temporadas han ido de un thriller inicial sobre las intrigas del pequeño clan de Underwood alrededor del Presidente de ese momento, pasando por las maromas presupuestales y argucias del nuevo mandatario, llegando a los intríngulis de las elecciones con “caucus” y demás, hasta convertir elementos muy actuales en motivo de cambios… Rusia, China, Irak,…
Beau Willimon, quien idea la trama actual, basada en el libro de Lord Michael Dobbs, del mismo título (1987) y la serie posterior emitida por BBC (1990), se acompaña de diferentes guionistas en cada episodio.
Underwood es demócrata y quiere reelegirse. Claire, la primera dama, resulta una ayuda estratégica. El espionaje, con otras denominaciones que son subterfugios tecnológicos alrededor de la telemática y los gigantescos buscadores de internet, la importancia de la política exterior, más como un condicionamiento político de las guerras exteriores, son la mesa de bridge para Frank.
Lazló Nemes, el novel director de “Son of Saul”, ha gritado a todo viento que se debe cambiar la gramática del cine y que la alta definición es un engaño. Algo de razón hay en ello. “House of Cards” exige, sin embargo, esa limpieza de la HD por cuanto los ámbitos en White House han de ser así de límpidos y minimalistas, sin dejar de entrever que la vida dentro es una rutina de sándwiches ocasionales, conversaciones solitarias, cocinas amplias y movilidad muy actual gracias al celular. El ritmo de “House of Cards” es el de los whatsapps, los sitios webs personales, los blogs periodísticos y el googlazo. Por lo demás, el contacto del poder con el pueblo se da de lejos en camionetas negras, o de cerca con el estrechamiento electoral de manos. ¿Cuánto hay de realismo político y de verdad electoral en la trama de Frank y Claire? ¿Así funciona la mecánica del Colegio electoral? ¿Es tan sensible el poder presidencial actual a la opinión pública orientada por los medios de comunicación?
Una respuesta tentativa es afirmativa. A “House of Cards” se le puede tomar en serio cuando trata los temas electorales o la forma de manejo político en la sala de crisis. Hay mucho de cierto en ello y es a esto que se deben los guiños del pícaro Frank a las imágenes de Nixon o de Reagan. El lenguaje fílmico contiene los mismos significantes y signos que el de la realidad. Solo que los planos, las secuencias, los parlamentos a la cámara, le dan el significado dramático que productores y escritores han querido para la historia de Frank Underwood. En “House of Cards” hay un entertainment turístico de lo que ha de ser el ámbito cotidiano real del Presidente de los Estados Unidos, una versión simplificada de las relaciones con mandatarios extranjeros o con congresistas nacionales, una mirada ciertamente interesante al poder de los medios en la política y una didáctica del sistema electoral. Lo demás es thriller, con una semántica bien similar a la de la realidad actual. Ha quedado abierta la expectativa para la siguiente temporada.
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