miércoles, 10 de agosto de 2011

MEDIANOCHE EN PARÍS (MIDNIGHT IN PARIS)


La fórmula técnica: un elenco importante (4 oscares), un fotógrafo excelente (Darius Khondji: “The Beach”, “Alien”, “Evita”, “Seven”… ), una ciudad escenográfica (el París de siempre), un actor casi mediocre, aunque con talentos de la industria (Owen Wilson, cómico regular aunque con una nominación al Oscar por el coguión de “The Royal Tenenbaums) y un guión bueno, pero de estructura poco original (W. Allen).

Del director se puede decir que “Sin temor a superficializar la iconográfica figura del director-productor-guionista-actor-escritor-humorista-clarinetista …, lo que este maestro representa en esencia es la dramaturgia para el cine y la taumaturgia en sus presupuestos” (ver “Conocerás al hombre de tus sueños”, en este blog). Allen no es un intelectual en el sentido puro, como se le suele denominar. Simplemente hace un cine de autor, siendo uno de los pocos autores del cine. Esto quiere decir que su toque cinematográfico es relativamente inconfundible.

Si se observa con detenimiento, la mayor parte de sus películas pueden llevarse a las tablas sin tropiezos. Las grandes masas ven en su intimismo, sus dominantes diálogos y su ritmo llano y plano, algo que no es enormemente taquillero, aunque le aporta un segmento cautivo en la clase media alta mundial.

Esta es un película de gancho turístico. Las hay recientes como “Biutiful (sic, Barcelona según Iñarritu), “París, je t´aime” (Olivier Assayas), “New York, I love you”, “In Bruges”, o menos jóvenes como “”Roma” (Fellini), “Roma, ciudad abierta” (Rosellini), “Cielo sobre Berlín” o “Tokio-Ga” (Wenders), Incluso “Vicky, Cristina, Barcelona” del mismo Allen. Hay muchos ejemplos recientes y la memoria es corta. Pero, más allá de un supuesto andamiaje cinematográfico actual para atraer turismo mundial, en cada caso debe haber un entorno argumental que es necesario.

En “Midnight…” era obvio que habría que recurrir a los años 20´s, la “Belle Epoque”, ese lugar común en la historia de hace ya casi un siglo, en la cual se fraguaron escuelas de pensamiento, tendencias artísticas, olas de literatura, de manera tal que en Latinoamérica y el mundo muchos incipientes talentos creyeron que viajar allí era necesario para concretar su inspiración y demostrar su genialidad. El “boom” latinoamericano se afianza bajo esta creencia, la pictórica relevante de este continente pasó por allí y hasta la gastronomía piensa que debe fundamentarse principalmente en su cocina. Todo ello le pasa a Bender (Wilson), el escritor hollywoodense de guiones (alter ego argumental de Allen) que se queja desde un comienzo que su carrera debe alcanzar cúspide, pero en la novela.

El aparente enamoramiento de Bender y su frustrante hoja en blanco de escritor, le llevan a ensoñamientos de Cinderella inversa, quien a la medianoche sube a un carruaje clásico para adentrarse en el París de Monet y Manet, de Hemingway y Belmonte (torero que estaría en dos de sus novelas y moriría por cuenta propia de un tiro, al igual que su amigo), de Scott y Zelda Fitzgerald (novelistas y, por antonomasia, inspiradores de reconocidos guiones de cine), artistas como Cole Porter y Josephine Baker (cantan y bailan allí), pintores de la talla de Picasso, Dalí, Lautrec, Gauguin y Degas (vagando por la ciudad), tener un diálogo con Buñuel, hacer referencias a los nombres de Joyce, Chanel, Modigliani, pasar por los cameos de ficción de Man Ray, Matisse y T.S. Elliot, y para delirar como novelista sin tema.

Woody Allen lo dice en su guión: “dejar eso de los guiones para ser novelista…” o “nostalgia es la negación de un presente doloroso”. Porque eso es “Midnight…” y la recurrencia sobre París de los 20´s, una nostalgia acerca de que todo tiempo pasado fue mejor y una revelación del frustrante presente, pragmático, incierto, raudo y sin genialidades. La representación de ello es Carla Bruni, guía del museo Rodin y, nada más.

En “Midnight…” se revela lo que Allen representa para las clases media, media alta y alta: alguien que tiene referentes en una cultura de recuerdos, clasista por sí misma, como el conferencista de la Sorbona, memorioso y pedante, que aparece como un incómodo personaje para la relación de Bender y su novia. Paris sirve a Bender no para alcanzar la inspiración sino más para reconocer finalmente en la chica vendedora de antigüedades un verdadero amor que lo salve de las garras de un matrimonio convencional. París sirve a Allen, por su parte, para confesar que ha vagado haciendo retratos cinematográficos por Londres, Manhattan y Barcelona, para reconocer que en París está lo que quisiera haber sido y no fue.

Hoy, en una época tan incierta de crisis enormes y disturbios omnipresentes, de alta tecnología y rampante pobreza, de escritores que no saben sobre qué escribir, de poetas diacrónicos que resultan anacrónicos con su tiempo, de pintores que pululan, de generaciones en el arte y sin talento, de profesionales y académicos que lo único que tienen es memoria, de ricos que han dejado de serlo y de pobres que se siguen rebelando, queda la opción nostálgica. Es quizá lo que le pueda estar sucediendo a la sociedad actual, que sin perspectiva hacia el futuro le queda el recurso fácil de mirar atrás. Alguna estudiante madura de Economía lo reflejaba diciendo: eso de Neoclásicos, Keynesianos, Monetaristas y Neoliberalismo, de finanzas y hechos bursátiles, me interesa porque quiero poder hablar de ello en las reuniones con amigos.

Los saberes del pasado son el lastre del presente, un estigma del pensamiento. En “Midnight…” hay que saber de vinos, conocer Versalles y visitar bulevares. Tomar de lo que queda de sociedades desarrolladas, solo arquitectura, alguna historia que contar, pero un presente abstracto reflejado en Inglaterra, España, Grecia, Estados Unidos y otros íconos en problemas. Tomar de los recuerdos, porque el presente no inspira, como le está pasando a algún buen director de cine con visos inconfundibles de autor.