jueves, 22 de mayo de 2014

GODZILLA

“Gojira” cumple 60 años, lleva 30 películas a su nombre y debe su nacimiento a efectos especiales japoneses, bien artesanales, que dieron origen a una bestia mítica producto de los temores a vidas mutantes como posible resultado de los bombardeos atómicos de la segunda guerra mundial. Luego que dejó de ser producido por japoneses, Roland Emmerich lo retoma hace 16 años con efectos hollywoodescos, sin lograr un interesante resultado pues todo debe ser insistentemente mostrado en la noche y la historia debe seguir el simple relato original. Eso mismo pasa en Godzilla 2014, del director Gareth Edwards, nada conocido.
Este tipo de películas va dirigido a niños, adolescentes y nostálgicos. Por ello, suelen darse salarios interesantes para quienes colaboren en halar taquilla en el poster. Eso es lo que hace Juliete Binoche (“Chocolat”), para promover el producto en Europa; Ken Watanabe (“Inception”), para llevarlo a Oriente; Bryan Cranston (“Breaking bad”), o David Strathairm (“Good night, good luck”), o Aaron Taylor-Johnson (“Kick-ass”), o Elisabeth Olsen (“Red lights”), para hacerlo reconocible en el mercado interno de los Estados Unidos. Las condiciones indispensables, aparte de ser medianamente conocido es tener el histrionismo de la cara de sorpresa y expectativa, para mantener la tensión necesaria hasta que llegue, por tomas parciales y mostradas paulatinamente, pasados ¾ de la película, el magnífico monstruo (más iguana que dinosauro), acabando ciudades con su corpulencia de 150 metros de altura, de noche para abaratamiento de FX y seguimiento de la tradición. Todo ello a un costo de US$160 millones, que se recuperan con relativa facilidad, con el guión sobre esta bestia, que no odia a la humanidad sino que pacíficamente sale a defenderla, para finalmente regresar a las profundidades del mar, a hibernar hasta el siguiente intrascendente film.