miércoles, 21 de septiembre de 2011

LOS NIÑOS (THE CHILDREN)

Es una buena película de un trillado género. Retoma un título muy reiterado por el cine de todos los tiempos. Tom Shankland dirige con base en su experiencia de TV, uno de los más reconocidos títulos suyos es “Jericho”.

De “Los niños” debe tenerse en cuenta que el repetitivo cuento de niños pequeños que se tornan infernales, asesinos e inexplicablemente enajenados, que van llenando sus pasos de sangre, está mejor relatado que en muchas versiones de la misma historia. De esto han hecho un mercado importante los productos españoles, la mayor parte de ellos sin la calidad técnica y actoral de la inglesa “Los niños”.

Debe destacarse para el observador asistente a esta película intrascendente, factores de producción como la actuación y la edición. Con una mejor escuela de actuación que las predominantes en América, acá también los actores y actrices, si bien saben de la importancia de los close ups y de impresionar fundamentalmente a la cámara-espectadora, dan más de sí mismos. Actúan con mayor calidad, incorporando a los clichés Griffith que tienen ya 100 años, una buena dosis de la introspección Stanislavskiana, haciendo que la personificación prime sobre las buscadas escenas de violencia sangrienta y terrores sobre lo desconocido.

Sin tecnologías 3D, sin presupuestos exorbitantes, con mejor calidad actoral y sin mayores pretensiones, más que aquella de elevar la taquilla, “Los niños” está bien realizada, como casi la mayoría de los productos cinematográficos ingleses. Codistribuída por la australiana Icon, enseña el manejo de un cine intrascendente, pero con calidades de “filmmaker”, superiores a otros esquemas también de habla inglesa, pero de menor profundidad de elaboración.

DESTINO FINAL 5 (FINAL DESTINATION 5)

New Line Cinema y Warner Bros, dos de las más grandes y experimentadas productoras de cine de los Estados Unidos, y del mundo, ya van por cinco capítulos de la saga “Destino Final”.

Esta historia nació de la TV, con base en un experimento capitular dentro de la reconocida serie “X Files”. Su primer director, James Won, extendió su versión al cine. Los altos recaudos en cada entrega (del 500% de ingresos brutos sobre el presupuesto inicial) ha impulsado nuevas entregas en promedio de cada dos años.

En esta oportunidad se toma provecho de la 3D, para explotar mejor la reiterada insistencia en desgracias, muertes dramáticas y catástrofes urbanas que van cumpliendo con el destino de quienes se hayan salvado de la guadaña de la parca. Algún protagonista permoniza un accidente del cual se salvarán varios coprotagonistas, para luego entender que en el mismo orden irán siendo llevados por Caronte. La parca y Caronte, representaciones mitológicas griegas de la muerte y del viaje a la otra vida, son representados por Tony Todd, un negro reconocido de varios papeles secundarios, que anuncia el destino ineludible como chofer de una ambulancia. El espectador irá a ver los espectaculares entornos en que se dan por azar las muertes consecutivas, en una especie de “Saw” a la inversa, en que la naturaleza y los diversos instrumentos técnicos y tecnológicos usuales en el entorno facilitan por defecto y csualidas los morbosos accidentes.

Pero, la saga no es algo más que esa simpleza para mentes noveles. La taquilla se estremece a gusto de las grandes productoras, que sueñan con contar con este tipo de repeticiones de masivas entradas apegadas a un fuerte atractivo de ficción, manipulado de manera extremadamente maniquea.

Esta saga, fuera de la mira de los intelectuales de la cinematografía y despreciada por las cinematecas con bastante buen juicio, da sin embargo pie a observar lo que es el arte de la actuación en el cine. La industria del cine en Estados Unidos muestra varias vertientes de actuación dentro de las cuales predomina la menos admirada, pero más pragmática: lo que se debe lograr es atrapar el ojo de la cámara, que es el ojo del espectador. Nada más.

En este tipo de cine hay actores y actrices con características mercadeables. Jóvenes y sexies, atractivos y bellas, impregnados de clichés. Esto proviene de bien atrás hace un siglo, con David W. Griffith, quien creó el sistema de actuación que autodenomminó “limitación de la expresión”, con el cual llegó a la conclusión que el histrionismo actoral del teatro era aparentemente innecesario en el cine. Bastaba con alcanzar la identificación del espectador mediante aquello que este encuentre verosímil o posible. Todo lo teatral, por el contrario, apartaba al espectador de la realidad que se le quería mostrar pues desde su asiento sabía del entorno, de los gestos extras de cada actuación y de los secretos de la escenografía mezclados con la circunstancia temporal del público. En el cine sobraban los gestos exagerados, la voz proyectada, la grandilocuencia, la artificialidad. El actor debe es expresar emociones no sentidas, pero no tan a la manera profunda de Konstantin Stanislavski, ni de Pudovkin, tampoco de Lee Strasberg, solo de Griffith. El actor se preocupa por los mínimos segundos en que la mirada de la cámara lo enfoca, mueve su rostro de la manera varias veces estudiada por conveniente y llena de estos “close ups” la gran pantalla. Punto.

En “Destino final”, dado el gran presupuesto en enormes desgracias y trucos especiales, el trabajo de los actores a la “Griffith” basta y sobra.

Lejos de esto los Brando, De Niro, Pacino, Nicholson, Hopkins, Depardieu, Irons, Kinsley, Ganz o Brandauer. ¿Para qué? El público lo que va a ver es la herida mortal o la caída del puente que, a pesar de tanto reconocimiento a ciertas figuras, desgraciadamente multiplican los dólares más que muchas de las películas de los maestros de la actuación lo cual es lo que interesa a New Line, Warner y toda corporación hollywoodense.