lunes, 22 de abril de 2013

ROA

Un joven de 26 años queda en la historia como autor del magnicidio que cambió el curso de Colombia. Juan era hijo de Rafael Roa y Encarnación Sierra, en un hogar de 14 hijos, enfrentados a diversos oficios humildes o al desempleo. Su hermano taxista, Eduardo, trata de enseñarle a conducir los pesados autos de la época. Con una hija fruto de su unión libre con María de Jesús, separado por la falta de dinero que llevar al hogar, hacía seguimiento a personas importantes para una eventual ocupación, había obtenido respuesta de la misma Presidencia con una posible equivocación de dirección (barrio Ricaurte) y “lagarteó” al reconocido abogado Jorge Eliécer Gaitán yendo varias veces a la oficina del popular político. La documentación existente dice que estaba adscrito a la fraternidad Rosacruz, a través de un ciudadano alemán, en esa época de míticas órdenes secretas ligadas a los pensamientos conservadores o liberales, mezcla de sindicatos y religiones (masonería) o al comunismo, ese “fantasma que recorría Europa”. A Roa se le tiene en la historiografía como un psicótico con delirios de grandeza, admirador de Gaitán a quien comparaba con los próceres de la independencia. No obstante, el ciudadano Roa puede no ser quizá el asesino de Gaitán, para algunos. Pero otros siempre lo han confirmado, como recientemente, Plinio Apuleyo Mendoza, hijo de Plinio Mendoza Neira, quien acompañaba a almorzar a la una de la tarde de ese viernes a su amigo Jorge Eliécer, ha afirmado cuando cuenta que su padre insistía en un Pablo Emilio Potes organizador de los “pájaros del Valle”, quien, moribundo, confesó haber matado a Gaitán, según testimonio indirecto del coronel Luis Arturo Mera Castro. Mendoza Neira había afirmado toda su vida que este Potes había sido quien, desde cerca, vigilaba que se cometiera el magnicidio y habría arrebatado el arma homicida a Roa, para entregar luego a este a la turba. Pero esta versión no es exactamente la de “Roa”, película que incluso no deja ver al espectador los disparos magnicidas y convierten al asesino en simple coautor nervioso al cual se le entrega el arma y se le incrimina. Una versión más de todas las existentes. El entorno de la Novena Conferencia Panamericana, el contexto de violencia partidista, algunos detalles finales importantes de la venganza de la turba en Roa, la ciudad y sus lugares no están en la película. Sin haber leído "El crimen del siglo" de Miguel Torres, sobre el cual dice basarse este guión del director Baiz y Patricia Castañeda, que es precisamente el factor deficiente de la película, este filme demuestra que el país no aprende a hacer cine (con algunas muchas buenas excepciones no coproducidas), a pesar que ello no depende de los recursos económicos. Baiz es un director que parece un resultado del argumento ya escrito como en “Satanás”, o del buen presupuesto disponible en “La cara oculta” y que a pesar de sus tres películas basadas en la ciudad de Bogotá, como caleño no sabe explotar el gran escenario que representa la capital y tampoco trae el gen fílmico original del “Caliwood” de los años setentas y ochentas. En “Roa” no hay historiografía, no hay información política, no existen referentes locales aparte de mostrar algunas edificaciones de La Candelaria institucional y tradicional. Con la disculpa de hablar en un lenguaje contemporáneo, lo cual es innecesario porque muchos colombianismos persisten en el tiempo, los tontos diálogos incluyen palabras impropias del estrato social al que pertenecía Roa o anacronismos y diacronías (qué rico!, sensacional!, agendado, guardaespaldas, me importa un culo!, y otros muchos). Las bombas incendiarias explotan demasiado pronto, se reiteran locaciones utilizadas en la buena producción donde Edgardo Román inmortalizó a Gaitán de la mejor manera. En resumen, una película que bajo el mismo presupuesto debió tener referentes en barrios, lugares, nombres, detalles, que no aparecen en un guión vacío que es ficción “biopic” sobre la vida de Roa. “Roa” solo tiene un buen color de fotografía y digna actuación de Mauricio Puentes (Catalina Sandino no demuestra aún sus dotes de buena actriz). Con pocas excepciones los demás personajes del elenco no quedan justificados ni referenciados (el alemán rosacrucista, la madre protectora, la secretaria de Gaitán, eran los elementos de los cuales dependía un perfil de Roa ya conocido). Por otra parte, con un Gaitán mal personificado, aislado, demasiado alto, no se le da la debida fuerza al magnicidio. “Roa” es una película que de nada sirve a las generaciones actuales pues resulta minimizando al asesino, al asesinado y a la Bogotá de entonces.