lunes, 29 de octubre de 2012

360

Fernando Meirelles es un bien admirado director brasileño, ante todo por su “City of God”. Luego vendrían “The constant Gardener”, “Blindness” y, ahora, “360”. Cuenta con otro par de películas, un tanto desconocidas en los grandes canales de distribución, y podría decirse que “Blindness” basada en la novela del novel José Saramago, ha sido su bache en el camino y un fracaso económico. En “360” tiene la suerte de contar con un basamento argumental del novelista y guionista Peter Morgan (“The Queen”, “The last King of Scotland”, “The other Boleyn girl”, "Frost/Nixon”, todas ellas de colección, y otras algo notorias). No obstante este valioso apoyo, lo que hay en “360” es la onda que caracteriza muy bien a Guillermo Arriaga y Alejandro González Iñárritu ("Amores perros”, “21 gramos”, “Babel”), pareja de la que se bajó un poco el tono cuando surgieron sus egos; o también a Paul Haggis (”Crash”). La onda guionística mencionada consiste en trazar una imaginaria figura geométrica que sirva de mapeo a los protagonistas de una historia, hasta que crucen sus caminos sorprendiendo al espectador y contando historias multiétnicas y pluriculturales de la era globalizadora,técnica que ha dejado quizá algunos de los mejores productos en la filmografía propia del tercer milenio.
En este caso, el guionista une las vidas de unos quince protagonistas a través de Viena, París, Londres o Colorado, haciendo referencia importante también a Checoslovaquia y Rusia. En el filme se hablan siete diferentes lenguas y se viven desamores, amores inconfesados, amores inconfesables y amores perdidos, en una mezcla actual con mafias invisibles y diversas clases sociales, jugando a visibilizar destinos cruzados de los cuales se podría no ser consciente. El mundo así visto es pequeño y universal, se acerca al espectador y lo iguala a cualquiera en el otro lado del mundo. Este cine es inclusivo frente a razas, credos, ideologías y oficios, una buena tendencia discursiva para los tiempos que corren. Pero, lo más notoriamente interesante en “360” es su fotografía. La cámara del brasileño Adriano Goldman es un clásico de la sutileza, la suavidad de movimientos, la precisión y el sentimiento humano a través de su mecánico ojo. Con esa calidad de dirección de cámaras se puede contar una historia desde adentro de quien relata o desde quien observa el relato. Un relato que termina en las hermanas Mirka y Anna, eslovacas a través de quienes comienza la historia queriendo demostrar que la vida podría dar muchas vueltas, con algo de cotidianidad y rutina, de individualidades de la gente común, como lo son todos los asistentes a la sala de cine pero que no ha de satisfacer a algunos, cerrando los 360 grados de un vital círculo.