sábado, 13 de febrero de 2010

Violines en el cielo



Premiada como la mejor película extranjera con el Oscar de 2008, este filme trae al recuerdo a maestros como Akira Kurosawa, en los sesentas a ochentas y a Takeshi Kitano, más contemporáneo. Yôjirô Takita dirige esta película cuyo titulo en japonés es Okuribito (Los que remiten, la gente que envía), en inglés la titulan Departures (Partidas). En español debió llamarse Violoncellos hacia el cielo, si se tratara de seguir la idea original.

Daigo Kobayashi es un chelista joven y, como el mismo confiesa, sin el nivel para ser enrolado en una orquesta mejor. Cuando queda sin su trabajo, luego de participar en una bella parte de la Sinfonía No. 9 de Beethoven (Oda a la alegría), se confunde al leer un aviso solicitando empleado para “partidas”, creyendo llegar a ser agente de turismo.

Su nueva ocupación será preparar los cadáveres para sus funerales, un rito conocido como “nokanshi”. Esta tarea que le despierta ascos, rechazo a las comidas, adentrando al espectador en ese mundo desconocido, que vive quien despide a sus familiares o amigos cuando sus cuerpos han sido ya arreglados por seres anónimos.
La conmovedora música del Wiegenlied de Brahms o del Ave María de Gounod o Bach, en versión para chelo, despierta sentimientos que el espectador no llegaría a sospechar que existen hasta que estas bellas imágenes le reconcilien con la vida, y la muerte.

Reconocer en la estética nipona, en sus rostros a veces alocados, sus sonrientes faces, sus movimientos saltarines, su tono vocal extraño a los oídos, de lógica lejanía al ojo y oído occidentales, unos hermosos valores expresivos que tocan las fibras más ocultas del corazón, despeja de los míticos temores hacia los cadáveres, de todos aquellos que se van, tantos como vienen, y de la tristeza que se troca en alegría.

El público sale alegre, sonriente y con la sensación de que una despedida no es tan dolorosa sino un rito más que nos acerca a los vivos de estos muertos tan queridos. ¡Que suaves movimientos para el manejo de los cuerpos inermes!, ¡qué bonitas despedidas familiares!, ¡qué risas frente al ataúd!. Sentimientos todos que se deben aprender, experimentar, para hacer tan agradables como lo deben ser los recuerdos de quienes hicieron compañía en la vida, los últimos momentos de paso de la vida a la insoslayable muerte. Pañuelos y sonrisas, ¿cómo no se había pensado antes tan bella reflexión?

Al límite


Edge of Darkness, título muy diferente a la promoción en castellano, es dirigida por Martin Campbell, un filmaker de acción. Actúa Mel Gibson, quien es identificado por su gusto por la sangre, según el público. Es uno de los mejores directores de cine contemporáneos, “El hombre sin rostro”, muestra un drama psicológico de un hombre desfigurado …; en “Braveheart”, torturado, y con varios premios internacionales; en “The passion of the Christ”, dramático calvario, sino el mejor filmado, se pone a la altura de la historia bíblica; en “Apocalypto”, explica de manera interesante las causas de la desaparición de la civilización Maya.
Como actor vende, pero no supera el promedio de calidad histriónica. Esta es una de las películas de la ya larga y característica producción norteamericana del “do it yourself, fight back, punish the wicked, protect your family”, de la autodefensa, del vengador con causa justa. El sistema no alcanza a detener el mal de todo género y se requiere que el ciudadano “aprenda” a eliminar el miedo.
La película combina asesinato de la hija de un policía, graduada del Instituto Tecnológico de Massachussets, con la producción privada de armas sofisticadas de marca anónima para el servicio de gobiernos extranjeros, un senador apoyado por corruptos, una docena de muertes, persecuciones y la venganza final. Podría haberse programado para una aburrida tarde de domingo. De toda manera, cada filme visto enriquece el criterio.