miércoles, 15 de febrero de 2012

Incendies


La cinematografía acerca del problema libanés va desde lo feminista y romántico (“Caramel”), pasando por la calustrofóbica aventura bélica (“Líbano”), expresando el dolor de la masacre en bellas imágenes animadas (“Vals con Bashir”) o presentando una buena metáfora del impacto de la guerra fratricida en ese pequeño país que es escenario de las antagonías religiosas del tercer milenio, y de siempre.

Denis Villeneuve es el director canadiense de “Incendies”, a partir de una obra teatral de Wajdi Mouawad, un escritor joven (43) de ascendencia cristiano maronita y parte de la diáspora que del Líbano llevó a Canadá a una generación impactada en sus raíces por una guerra civil inexplicable en su origen e inexplicada en su impacto generacional, hasta “Incendies”. Compitió el año pasado en los oscares como Mejor película extranjera 2011 con “Biutiful” (México), “Canino” (Grecia), “En un mundo mejor” (Dinamarca), “Incendies” (Canadá) y “Hors-la-loi” (“Outside the law” de Argelia), todas ellas alrededor de las problemáticas humanas de las rencillas de etnia, cultura o creencia que se pueden observar en una sociedad de contrastes y significados globales. Ganó la primera, nunca la mejor lograda de todas, demostrando el sesgo occidentalista de un premio de marketing, que debió ir hacia el film dinamarqués por su mayor universalidad.

“Incendies” es una ficción dramática que resulta en una didáctica excelente de lo fratricida en un país donde cristianos y musulmanes, de fuerte ascendencia cultural francesa desde que fue protectorado hasta el final de la segunda guerra mundial, se disputan nacionalismos propios de cada uno de sus dioses. Uno de los innumerables conflictos internos que caracterizan el mundo contemporáneo, que desplegó sus imágenes a través de redes mediáticas sin comprensión plena por parte de las masas ociosas de las grandes ciudades. Durante su guerra civil (1975-1990) y luego con el enfrentamiento de Hezbollah y el entrometido Israel en el 2006, la cercanía de la Palestina convirtió al Líbano en campo de batalla de conflictos cercanos y territorio de ocupación hasta hace un lustro.

Es la metáfora alrededor de un testamento lo que permite que el guión describa cómo la activista estudiante católica, convertida en magnicida del líder musulmán de su localidad, cumpla 15 años de cárcel durante los cuales pare en prisión un hombre y luego dos gemelos, como resultado de reiteradas violaciones de su verdugo. “La mujer que canta” es el mote que la identifica por su reticencia a no doblegarse. Querrá como su voluntad final que el gemelo varón encuentre a su hermano desconocido. El hijo convertido en hábil “sniper” cristiano cambiará hasta convertirse en “torturer” musulmán dentro de la prisión donde se encuentra su propia madre, sin saberlo, hasta que se entere bajo su identidad de refugiado en Norteamérica. Esta es la metáfora central alrededor de los incendios de Beirut y otras pequeñas poblaciones, de los rescoldos que se propagan por generaciones, de las quemas de lazos familiares, de la quiebra incendiaria de proyectos nacionalistas de una población dividida por mitades para el Alá islamista y el Dios cristiano, que no pudo siquiera hacer catarsis en una división territorial. De esta manera, “Incendies” va desde el cierre de la universidad hasta la migración a Norteamérica, convirtiéndose en un documento ficticio que enseña, como en Colombia, por qué la búsqueda de la verdad de los sufrimientos individuales es parte necesaria de la sanación de los conflictos colectivos.