domingo, 6 de marzo de 2011

SANCTUM (EL SANTUARIO)


El director, algo desconocido, Alister Grierson sigue la guía del guión coescrito entre John Garvin y Andrew Wight, sobre una historia de este último. En la onda de las películas “basadas en hechos reales”, este filme engaña un poco. Andrew Wight vivió esta aventura con 14 expedicionarios en Papua Nueva Guinea, solo que todos sobrevivieron al hallar una salida alterna. Acá, en la ficción, supervive únicamente Josh el joven hijo del líder expedicionario, como ofrenda dramática al público.

Richard Roxburgh hace el personaje de Frank el padre, connotado científico, reconocido mundialmente a través de publicaciones como National Geographic y en documentales de estilo Jacques Cousteau (quien obtuvo en su momento precisamente el título de Compañero de la Orden de Australia, por este tipo de servicios). Tanto Grierson como Roxburgh, director y actor principal, tienen estudios en Economics and arts, lo cual revelaría una de tantas neorelaciones de la ciencia económica con las instrumentaciones ambientalistas.

Y es que el cine de producción, actuación, dirección o en sets australianos, está por regla general orientado a escenarios naturales. Es ecologista, observa el medio salvaje desde diversos ángulos de análisis y ha dejado una estela icónica en el imaginario mundial como contexto misterioso de la naturaleza. Desde la introducción del “Coocodile Dundee” a la filmografía mundial en 1986, con el famoso Paul Hogan, pasando por los videos de NatGeo con Steve Irwin, hasta “Black Water”, alrededor de cocodrilos hambrientos, el cine australiano está tan apegado a la naturaleza, como el cine americano a la tecnología mecánico-electrónica.

En este filme el apoyo de James Cameron se da en la producción y en la aportación de tecnología, con una combinación digital “Fusion Camera System”. Cameron comienzó su preocupación por el mar con “The Abyss” en 1989, una estupenda película premonitoria de “Avatar” (sus secuelas están programadas para 2014 y 2015) y usa el mar como elemento central de sus argumentos para la pantalla. En “Sanctum” el mar de Solomon está al final, como lugar de salvación. En el intermedio, las cuevas insondables, ya no lo son. Ahora se les sondea hasta lo más recóndito con cámaras remotas, softwares avanzados, submarinistas expertos e iluminación bajo tierra y agua.

“Sanctum” es una buena muestra de 3D, deporte extremo (escalamiento, paracaidismo, helicotransportación riesgosa y buceo). Filmada en Mount Gambier en el sur de Australia, región cercana al mar de Tasmania frente a Nueva Zelanda, en una locación al otro lado de aquella en que se vivió la aventura real. Allí, en las condiciones que la película muestra, al interior de cavernas desconocidas y aferrados a una careta de buceo, un tanque de oxígeno y un traje isotérmico, como única defensa ante el riesgo, en dependencia unos de otros en una “línea de vida”, no hay “Judas”. Si alguien entra en colapso, o pierde parte de su equipo, o un shock avisa de su insuficiencia física, sabe que ha llegado a la muerte. No debe haber compañerismos, ni intentos de salvamento en grupo, pues prevalece la regla del resultado; mejor un muerto que varios.

Ante una herida mortal, no se acude a anestésicos, no a primeros auxilios. Se da la “muerte de gracia”, el ahogo. El santuario lo es por cuanto no ha sido hollado por el hombre, pero también por que se convierte en un cementerio digno para quienes, de manera heroica, han tratado de internarse allí donde los investigadores llegan sin saber cuál es su búsqueda, sin hipótesis y solo guiados por un egocentrismo ornamentado de riesgo, adrenalina, respeto por las fuerzas del aire, el mar y la tierra misma, bajo un método científico de “ensayo y error” que conduce a la experimentación de equipos con tecnología de punta e informes antropológicos vanguardistas. Las firmas fabricantes de los primeros y las publicaciones de los segundos, hacen de estos investigadores de campo, los actuales héroes de la ciencia. Y del cine “cameronista”.