jueves, 3 de septiembre de 2009

La clase


Una película de muy bajo presupuesto, catalogada como drama social, con actores naturales, resultado del guión del libro “Entre los muros” y ganadora de la Palma de Oro de Cannes en el 2008, aunque detrás del Gran Premio concedido a “Gomorra”, por un jurado compuesto por Sean Penn, Sergio Castellito, Natalie Portman, Alfonso Cuarón, Apichatpong Weerasethakul, Alexandra Maria Lara y Rachid Bouchareb. Esta jurado demostró con estas dos selecciones ser partidarios de obras casi artesanales, muy diferentes de las grandes producciones de quienes algunos de ellos han hecho parte característica en sus carreras. Cine social, las llaman algunos académicos; cinema verité, otros críticos cincuentones; drama social, peyorativo mote que denomina así a todo aquello que no sea comicidad o ficción aventuresca; cine profundo, para quienes envidian las taquillas llenas; cine arte, para quienes no saben y creen distinguirlo.
Este metraje de dos horas, acompaña un semestre lectivo de una escuela de la periferia parisiense, en el curso de francés del profesor François, rol de François Bégaudeau. Lo interesante en la producción es que él mismo fue profesor y es actor natural y coguionista de su propio libro “Entre les Murs”.
Laurent Cantet, director joven de unos cinco filmes poco conocidos en nuestro medio, dirige con tono realista, logrado a tal punto que solo al final puede uno preguntarse si se produjo como documental in situ, como resultado de actores consumados con fallas voluntarias, o como el tipo de cine que se admira tanto en nuestro medio colombiano con Victor Gaviria, con Pier Paolo Pasolini, de quien recordamos como posiblemente uno o el primero de este tipo de directores con su famosa “Il Vangelo secondo Matteo”, de 1964, o con Fernando Mireilles “Ciudad de Dios” del 2002, entre otros muchos.
Este cine, preferiblemente armado con gente joven, pues juventud y naturalismo parecen ser una dupleta conceptual que demuestra lo mal que nos ponemos todos con la edad, ha servido para inventar gran parte del “cine independiente” que no es sino un mote envidioso de la industria del entertainment exitoso.
Como muchos de los productos actuales provenientes de todas las ligas del cine mundial, esta clase tiene alumnos de África negra, el Magreb, Malí, China y... Francia. ¿Cine global?, ¿cine de la modernidad, ¿cine transcultural?, serían denominaciones académicas de esas que congelan un producto artístico y le restan valor. No obstante, es cine universal.
François, escritor, funge de profesor de lengua francesa, mediante continuas conversaciones con sus alumnos, con una metodología intuitiva (de parte del docente) que les obliga a pensar y razonar. Estos caracteres y comportamientos serán novedosos para quienes no conocen el tema pedagógico o la práctica de la enseñanza, Posiblemente por ello mismo, la clase no será más que un material para escuelas de profesores. ¿Qué aprenderán? Nada. Se sorprenderán del ambiente de cámara oculta en las aulas y en las reuniones de profesores, donde la máquina de café tiene la misma importancia en tiempo, lugar y debate que el paso rápido por las cansadas teorías del aprendizaje. Lucen cansados, los maestros, llenos de energía y displicencia, los alumnos, con disimilada soberbia, el profesor.
La deportación del padre chino de Wei, los clásicos rumores no ciertos de homosexualidad de algún compañero de clase y acerca del mismo docente protagónico, el consejo disciplinario de Souleymaine, permiten reflexiones simples sobre la apertura social a otras culturas y a otras tendencias sexuales. La producción que comprometió a 25 muchachos y muchachas de entre 14 a 17 años fue rodada con tres cámaras digitales (la maravilla actual del bajo costo) bajo la fórmula de 1-2-3, enfocar al protagonista, al interlocutor y al resto de la escena, para proveer de manera inmediata discos cronometrados que luego es muy sencillo editar en un computador, al gusto del director y con base en las guías de los tiempos que luego se borran para la versión final. Esta manera de hacer cine requiere solo creatividad y guión. Esta técnica demuestra que, por ejemplo en nuestro país de literatos, faltan historias interesantes bien escritas.
¿Qué se ve en la clase? Todo lo que desespera a un docente que por debilidades de carácter, por problemas de personalidad, por desconocimiento de la juventud o por estar adentrado en un oficio sin vocación, lo lleva a la rutina total y al descrédito histórico de la profesión. No hablamos de este personaje sino de la dominante realidad.
Las cara feas y bonitas que miran a todo lado, menos al tablero. Todas las posiciones corporales en un pupitre. Los mal llamados “liderazgos” de algunos rebeldes y otros inteligentes. Los que parecen no poner atención pero están conectados y los que miran fijamente al profesor, sin entender. Las respuestas maliciosas, los desplantes, los irrespetos mal interpretados. A todo esto responde el buen profesor con el clásico, reiterado e infructuoso “a la chita callando”, con la faz desesperada aunque empática. La reunión de profesores es ese deprimente escenario de quejas al aire, de conversaciones lentas y truncas, de calma chicha antes de clase. En Francia, como acá y como en el mundo, la docencia mal pagada, los alumnos que vienen de hogares con problemas de riqueza y de pobreza, pasan todos los años esperando que las cosas mejoren. Los recreos de allá y del entorno global son igualmente llenos de griterío, improperios, bola de fútbol, golpes escondidos y profesores en trance de árbitros de boxeo.
Pasan los años, las generaciones, los estudios a todos los niveles, las mejoras de las instalaciones, las tecnologías que permiten multimedias y “facilitan” la tarea, pero la docencia es igualmente un ejercicio emocional que pone a prueba al “maestro”. De estas sinergias surgen éxitos y fracasos que durarán toda la vida.
En La Clase, hay una parábola del buen docente que comete errores leves de los cuales él no se da cuenta, y errores graves, de los cuales la comunidad no se entera. He aquí una de las claves sociales mayores generatrices de problemáticas sociales y de más difícil detección en la práctica docente real. Quizá solo la niña representante de curso, crítica, desordenada, de risitas impertinentes, es la única que sabe que sucedió para que Souleymaine fuera finalmente expulsado, para luego ser reenviado a Mali por sus padres y truncando toda su vida a causa de un desafuero de Francois, respaldado por la ignorancia conveniente del neutral director de la escuela. Francois, experto en lenguas, usa “vagabundas” de manera mal aplicada y se equipara al muchacho que en una edad llena de efervescencia moral, le tacha en público.
De estos errores ha sido lleno el mapa universal de la enseñanza, han emergido fracasados, delincuentes, frustrados y falsos talentos, dando paso a los que pasan inadvertidos hasta doctorarse en lenguajes abstrusos que no impedirán que el ciclo se siga repitiendo.