martes, 19 de enero de 2010

Los abrazos rotos


Pedro Almodóvar Caballero (60 años) trae su película de 2009, pues desde que inició la productora El Deseo S.A. realiza una por año, ya como productor o director (además de músico y actor). Ha producido importantes películas de Álex de la Iglesia (Acción mutante, 1993); Guillermo del Toro (El espinazo del diablo, 2001) o Isabel Coixet (Mi vida sin mí, 2002 y La vida secreta de las palabras, 2005) y otra media decena.

Cannes, César, Donatello, Goya, Bafta y Oscar le han premiado. Cuál es su secreto, cumplir con la ley de Zam, escribiendo y dirigiendo sus propias ideas.

¿Qué distingue a Almodóvar? Todos los sabemos sin equivocación. El rojo y los demás colores básicos. Sus mujeres, comunes y corrientes, no tan bellas muchas de ellas (Cecilia Roth, Carmen Maura, Victoria Abril, Marisa Paredes, Angela Molina o Rossy De Palma). El interés gay, quizá por su propia naturaleza personal. España, pues no rueda en otros sitios. La industria fílmica, base de buena parte de sus guiones casi autobiográficos (éstos últimos le deparan la etapa de reconocimiento internacional). El cine clásico de los cuarentas a sesentas en blanco y negro que, además, ha influido en el ritmo plano y en el manejo de tiempo casi real de sus producciones.

El arte de Almodóvar es sencillo: colores brillantes Kodak y Fuji, escenografía pop tipo “Andy Warhol”, música punk y flamenca, actrices que comparten su universo personal.

Almodóvar, el escritor, es un básico reflejo del tratamiento llano y plano del idioma castellano. ¿Por qué el cine español de calidad tiene ese tono impersonal en sus voces? Los actores ibéricos están dominados por la morfología de los guiones escritos y éstos, a su vez, por el respeto a la puntuación. El punto, la coma, los puntos suspensivos, las comillas y paréntesis o los signos de exclamación e interrogación, son su sino. Los actores hispanos se detienen, al observar en su memoria un punto. Lo piensan, al recordar una coma. Crean vacíos, en los puntos suspensivos. Alzan la voz, para exclamar y la bajan, para preguntarse a si mismos, tal como el guión lo indica.
El guión es “cibernética” para un actor español convirtiéndolo en robot hablante. “Los abrazos rotos” permite volver a concluir en esta característica actoral. Prueba de ello es que Jordi Molla, Antonio Banderas, Penélope Cruz o Javier Bardem no tienen ese tinte esclavo de la morfología escritural, se oyen mejor y más naturales, son permeables a los idiomas extraños y alcanzan las cimas ya conocidas. Sus demás colegas nacionales no se han podido desprender de esta actuación-lectura.

Por lo demás, Almodóvar el argumentista es primario. Pasada la mitad de un filme suyo hará que cada protagonista revele una verdad que nunca ha sido insinuada ni por el texto ni por la cámara. Pero con ello ajustará misterios, evitando creativos flashbacks visuales y sustituyéndolos con la edición plana, en el mismo tono y color, de escenas que se suponen del pasado. Los finales de Almodóvar resultan en sencillas confesiones que entraman acomodaticiamente un escrito fácil. Todo en productora El Deseo es sólo un deseo de hacer cine, que no se traiciona dejando de ser espontáneo y fácil. Es quizá esta sencillez y previsibilidad del arte de Pedro y Agustín, su hermano productor, lo que genera respeto en el público internacional.