lunes, 22 de agosto de 2011
¿Enfermedad holandesa en Colombia? No.
El presidente Santos, ha venido observando el tema de la locomotora minera y sus impactos negativos en los aspectos monetarios del país y ha expresado, en la sede de la Cepal en Chile, que “Estoy tratando de que lleguen inversionistas diferentes al petróleo y a la minería, porque ya estamos en el preámbulo de la enfermedad holandesa”.
Warner Corden y Peter Neary, estudiaron la “dutch disease” a raíz de un boom petrolero durante los años sesentas en los Países Bajos. Su modelo central cuenta con tres sectores, uno exportador en auge, otro exportador en situación normal y aquel no exportador que produce para el mercado interno. Las divisas producidas por las ventas al exterior por parte de los dos primeros se elevan en su monto, se monetizan a dinero nacional y este cambio ingresa al flujo monetario apreciando la moneda local e incrementando las demandas de productos importado y de productos nacionales, aumentando la inflación interna, elevando costos de mano de obra y perjudicando los parámetros de competitividad exportadora, pues los productos nacionales aparecen más caros para los compradores externos.
La única posibilidad de que ello no suceda es que el monto de nuevas divisas se utilice pleno para importaciones y que el tipo de cambio sea fijo. Hoy, en Colombia, el tipo de cambio es flexible y las divisas están asignándose también a importaciones de otros sectores diferentes al petrolero, como el automotor.
En el país hubo un asomo de “dutch disease” en los años ochentas y el presidente Betancourt optó por una defensiva política de no monetización inmediata. Se entregaban a los exportadores de café tres montos: uno en divisas para importaciones inmediatas, otro en certificados de cambio en dólares diferidos a para ser monetizados a un plazo posterior y un tercero, ese sí monetizable. El manejo diferido de la monetización fue una buena decisión para el país, lo cual impidió repetir el caso holandés.
¿Cuáles son las grandes diferencias de la coyuntura actual en el país a la luz de enormes ingresos por exportaciones minero energéticas? Los síntomas son similares, algunos, pero la enfermedad causal es otra.
Si bien entran caudales altos de divisas por efectos de la “bonanza” de la locomotora minera, la apreciación del peso NO se debe a ello, sino a la situación mundial que tiende a ser de largo plazo.
El dólar ha estado apreciándose bastante, antes que se diera inicio al fomento exportador de recursos naturales.
Por otra parte, no hay asomos de procesos inflacionarios internos.
Y, por último, las divisas no se están destinando únicamente a la importación. Hay un incremento en las reservas internacionales. Además, en el caso original de Holanda se trataba de explotación de recursos descubiertos frente a los cuales no estaba preparada su infraestructura económica. En Colombia, los periódicos auges en mercados cafeteros, carboníferos y petroleros, han dado la experiencia suficiente para que se reconozca con prontitud y se reaccione oportunamente implementando políticas de retención monetaria.
En resumen, en Colombia no cogen por sorpresa este tipos de “booms”, no hay indicios de riesgo de un proceso inflacionario y, la apreciación cambiaria en que vive el país no es causada por la coyuntura sino lo estructural en que se está convirtiendo el mercado inundado de divisas por el “salvataje” de países europeos y norteamericanos y por la entrada de inversión extranjera directa al sector energético. El presidente habla de impulsar nueva inversión extranjera hacia otros sectores, como táctica económica inmediata de prevención a una posible enfermedad holandesa, lo cual resulta, en principio, bien dudosa de factibilidad puesto que la inversión va hacia donde hay alta tasa de ganancia, no a otros sectores, así le conviniera al país receptor. No hay momento tecnológico, ni un mercado más amplio.
Los síntomas se parecen, pero el país no se asimila a un modelo de enfermedad holandesa, sino a un modelo de fiebre global.
SUPER 8, la infancia de Spielberg en manos de Abrams
El estilo Spielberg redivivo: “Close encounters of the third kind”, “E.T.”, los extraterrestres que desean regresar; “1941”, “El imperio del sol”, “La lista de Schindler”, “Saving private Ryan”, la parafernalia de la guerra; “La guerra de los mundos”, extraterrestres y ejército. Estas como director, pues produjo “Poltergeist”, “Gremlins”, “Los Goonies”, “Transformers”, con esa mezcla de acción armada y contacto con otros mundos.
Steven Spielberg ha sido unas sesenta veces productor y unas treinta oportunidades director. Allí donde hay otros mundos y un despliegue de fuerzas armadas, dirige y produce.
En “Super 8” le produce a J.J. Abrams (46 años), un experto en TV exitosa con “Lost”, “Fringe”, “Alias”, “Colverfield”, dirigiendo y como guionista. UN raro caso de dirección en pantalla grande fue “Misión imposible III” (Tom Cruise).
En esta historia hay un reflejo biográfico del productor: Spielberg comenzó con cámara super 8 a los 12 años, ganó un premio a los 13 por “Escape to nowhere” (40 minutos sobre la guerra) y filmó “varias historias contadas por su padre sobre la segunda guerra mundial” y comenzó su carrera profesional a los 18 años. Spielberg ha sido un fantasioso, soñador que hace uso de la técnica cinematográfica para recrear sus recuerdos claramente influídos por la posguerra y la enorme cantidad de cine que se hizo en la mitad del siglo XX, con base en la utilización del material vacante de la enorme fuerza armada estadinense. “Valores de producción” que fueron utilizados por infinidad de directores, un tanto menos taquilleros que Steven.
“Super 8” es un “dejavú” de infancia de este Spielberg productor, puesto en manos de un J.J. director que es fiel copia de su estilo. En esta película todo es obvio, pero entretiene. Es simple, pero bien presupuestado. Predominan los actores niños (Elle Fanning, hermana de Dakota, está allí como la cuota femenina del primer amor infantil) y el estrepitoso ejército de los Estados Unidos. Los símbolos de Spielberg llenan la pantalla: niños inteligentes, padre policía, ejército algo burlado, trenes, monstruo extraterrestre bueno, nave enorme de regreso, escenografía de los cincuentas y sesentas, amor fraternal renovado.
Nada nuevo, pero Spielberg olfatea el mercado de nuevas generaciones con su estilo de hace más de un cuarto de siglo mediante el talento de Abrams y la producción de DreamWorks, con un filme sencillo de homenaje a su infancia para pasar el bache de final de domingo.
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