lunes, 21 de marzo de 2011

AMOR Y OTRAS ADICCIONES (LOVE AND OTHER DRUGS)

Edward Swick dirige una película en apariencia intrascedente. George Segal de 77 años y Jill Clayburg de 67, aparecen al comienzo como homenaje merecido a sus viejos tiempos, en el rol de padres de Jamie (Jake Gillenhaal), quien caerá en los brazos de Maggie, interpretada por Anne Hathaway, actriz que se encuentra en la cresta de la ola de su carrera.

La marca Pfizer aparece de manera insistente. Es la empresa en la cual radica el futuro profesional de Jamie como visitador médico. ¿Porqué está Michael J. Fox en los agradecimientos finales de la película? Precisamente porque el eje argumental gira alrededor de cierto velado cuestionamiento a los laboratorios farmacéuticos que no hacen los esfuerzos científicos necesarios para vencer la enfermedad de Parkinson.

La metáfora consiste en que lanzar el Viagra al mercado representa un fabuloso éxito para Pfizer, multinacional que privilegiaría penes erectos, marginando a los enfermos condenados de por vida a un proceso degenerativo y al deterioro seguro de su calidad de vida. Esto, a pesar que la enfermedad tiene un paliativo con la Levodopa, pero cuyos resultados no han sido prevalentes en el cerca de 1 x 100.000 de los habitantes del mundo que lo requieren.

¿Es justa la insinuación crítica del filme? Que los laboratorios “sobornan” en todos los continentes con viajes a simposios y conferencias, con regalos que van de detalles para el escritorio de los profesionales, hasta cuantiosas comisiones a los vendedores, explica que productos como el Prozac de laboratorios Lilly, compita con el Zoloft de Pfizer, en el segmento de antidepresivos generando jugosas ganancias.

Es por esos que la hipótesis velada del filme es que el Viagra de Pfizer ocupa ingentes fortunas de la industria que debieran destinarse a la búsqueda del control del Parkinson. Dado que no es esto lo que pasa en la realidad o en el filme, la historia se pliega hacia un final del tipo “Love story”, en el cual el habilidoso exvendedor de productos electrónicos y conquistador de bellas rubias, vende Zoloft compitiendo mediante prácticas desleales con el Prozac, hasta descubrir su vocación médica y el amor verdadero por la enferma Maggie.

No obstante la fábula simpática, la hipótesis puede ser alternativa. Si bien las mayores utilidades orientan la política de ventas del sector farmacéutico, no podría afirmarse que con mayor asignación de recursos financieros a la investigación se logre la síntesis milagrosa que ponga fin al sufrimiento de quienes padecen Parkinson. La ciencia no ofrece resultados por la simple presión presupuestal sino que depende de secuencias lógicas, de paso lento y de hallazgos, muchos de ellos sorpresivos. La investigación médica alcanza sus objetivos con menor precisión en el tiempo, que lo hace la investigación aplicada en otras tecnologías duras y blandas. Es por ello que resulta más divertido y romántico el final de sacrificio, que la difícil prueba de hipótesis sugerida por los guionistas Randolph, Zwick y Herskovitz.