domingo, 10 de abril de 2011

LOS OJOS DE JULIA (JULIA´S EYES)

PRIMERA CARÁCTERÍSTICA: productor sobre director

En el cine no tan reciente ya, unos cinco años, se ha dado en enfatizar más en cada publicidad filmica a sus productores que a los directores. La creencia a ciegas en los productores radica en que una gran parte de ellos dirige. Y, también, en que sí hay muchos casos de buena producción que son fácilmente identificables. Jerry Bruckheimer, por ejemplo, junto a Michael Bay, suelen oscurecer el nombre de sus directores o,a la vez, dirigir. Guillermo del Toro, español, con “Hellboy”, “El orfanato”, “Blade”, “Splice”, ahora “Biutiful”, escrito así, o “Kunfu Panda”, es más productor que director en Hollywood. Incluso escribe guiones. Pero, volviendo a la presente película de suspenso, GUILLERMO DEL TORO aparece más destacado que Guillem Morales ¿quien??, su director.

Con el fuerte adelanto tecnológico del presente milenio, los productores tienden a destacarse como directores debido a su función de seleccionar y decidir sobre la contratación de recursos. Eligen director, empresas de efectos especiales, historias y demás. En el caso español, directores que triunfan en Hollywood pasan a convertirse en productores de cine en su país amparando títulos que buscan explotar el mercado abierto para sus nombres.


SEGUNDA CARACTERÍSTICA: lugares comunes

“Tesis”, “Los otros, “El orfanato”, “Rec”, entre muchos productos de cierta variable calidad pero gran aceptación en taquilla, han impuesto un lenguaje audiovisual que equivocadamente se interpreta como la explicación de su aceptación en el público. O, mejor, que se utiliza de manera equivocada creyendo alcanzar masas de asistencia.

Los ojos de contacto sin expresión (por ceguera o locura), las vendas en los ojos (por enfermedad, por secuestro o…), los alientos de los protagonistas elevados a mayores decibeles (para denotar angustia llenado un vacío), los toques sorpresivos en el hombro (para demostrar que hay susto donde no existe), los espejos (para generar suspensos sobre la imagen de primer plano o en segundo), las escalas que crujen sin necesidad (avisos imprevistos o previstos), los viejos solitarios que nada hacen en el guión (la vejez como cercanía de la muerte), las luces apagadas sin explicación (el más viejo truco), los truenos y la lluvia (¿en los días soleados nadie se atemoriza?), los diálogos que parafrasean para dar alargue a contenidos sin importancia (la misma pregunta con la misma respuesta que demuestra un mal guión), los baúles de los recuerdos (traídos al pincipio o al final para construir una regular historia), los altillos (nadie suele subir puede generar la idea de que algo haya allí que se desconoce), los jardines descuidados (no hay vida), las salas de hospital (lugar de dolor interpretado como de maldad), las puertas cerradas por descuido o por el viento (el sonido que reemplaza la falta de argumento), los personajes parecidos o iguales (gemelos que buscan justificar un despiste gratuito), los sucesos que se sueñan para generar situaciones que no caben en el argumento (pero dan gusto al morbo de una segunda versión de cada situación), las sombras raudas sin explicación (nunca de “sexto sentido”), etcetera…

Todo ello no es una semántica obligada. Un género no se corresponde necesariamente con un determinado lenguaje, eso solo es una mala lección básica de cinematografía poco relacionada con la creatividad. Es una suma de artificios que solo satisfacen al espectador novel que no conoce la innumerable riqueza literaria y audiovisual de que dispone un filmaker. Todos esos lugares siempre vistos configuran un sandwich frío y sin sabor, pleno de componentes sin preparación gourmet. Así, “Los ojos de Julia” resultan ser un ejemplo de la tarea de un aprendiz, hecha para un productor preocupado por la taquilla más que por imprimir su sello al género.