domingo, 6 de septiembre de 2009

Reelección ¿???


Con el paso no muy rápido pero seguro que lleva la segunda reelección de nuestro presidente, se está cuestionando el concepto de democracia en Colombia. ¿Hay un modelo de democracia por cada país? Es posible. Lo único cierto para todos, élites, expertos, políticos y gente del común, es que la democracia es contrapuesta a la autocracia. No obstante, este modelo, hoy en apariencia prevalente en el mundo, tiene debilidades que en manos del poder se han convertido en oportunidades de mantenerlo o, lo que es lo mismo, de ponerse en entredicho como sistema de ordenamiento social.

Algunos reconocidos pensadores, desde Platón, pasando más recientemente por Rawls o Bobbio, incluyendo a Sartori, han aceptado que la democracia es un conjunto de reglas para definir quién toma decisiones y con qué procedimientos o, lo que es igual, quién está autorizado para la toma de decisiones colectivas y cómo debe hacerlo. En esto debe enfatizarse recordando que las decisiones de grupo no existen como tal, puesto que son individuos quienes las toman, a pesar que haya unas reglas escritas, morales, consuetudinarias, legisladas o constitucionales.

Al pueblo se le ha enseñado sin embargo que la regla fundamental de la democracia es la mayoría electoral, para hacerle suponer que la decisión de algunos es la de todos, desde que el Estado Liberal pasó a Estado de Derecho y desde que se pensó en que la democracia de representación pasaría a democracia de participación. Pero también, desde que se pensó la democracia ideal para buscar una democracia real. Locke, Rousseau, Bentham, Tocqueville, Smith, Hobbes, John Stuart Mill, buscando la segunda encontraron la primera. Hoy hemos de reconocer lo inverso.

Debemos aceptar que la representación de los intereses se ha impuesto a la participación política o lo que viene a ser lo mismo, que ha sido imposible vencer la realidad de una oligarquía que no hace posible aquella democracia directa en que no hay intermediarios entre el voto unitario y el poder, pero tampoco permite la participación más allá de "una persona, un voto". El Gobierno democrático no es la ausencia de élites, lo dijo Shumpeter, y Bobbio ya lo había pensado a través de lo que configuró como algunas promesas no cumplidas que hacían de la democracia algo que, a pesar de todo, seguiría siendo lo mejor de lo imperfecto. Una de éstas promesas no cumplidas por la democracia, recurramoa a Bobbio, es no eliminar los poderes invisibles, tales como mafias, logias, servicios secretos sin control, protectores de los subversivos que debieran controlar. Alan Wolfe lleva esta verdad hasta aceptar que junto a un Estado visible existiría un Estado invisible. Bobbio aceptó también la tendencia del sistema democrático hacia un máximo control de los súbditos por parte del poder, y no al contrario. ¿Cómo se produce ello?, a través de lo que de manera inocente se denomina como abstención, dando como resultado el que solo actúan los ciudadanos activos, interesados, que votan a cambio de favores personales.

Esta infinitesimal síntesis de lo que es la democracia actual permite concluir en la vigencia del concepto de Estado de opinión, propio de una sociedad moderna y globalizada en la que las vías mediáticas coadyuvan a generar imágenes quizá efímeras pero sin duda impactantes. A este concepto están acudiendo nuestros gobernantes de turno pues acomoda bien a la sociedad de la información. El Estado pasa de ser el reflejo de todos para ser la figura de alguien señalado por las preferencias, las favorabilidades o las encuestas. Solo que tras este fenómeno propio de la sociedad de masas, donde el líder debe transfigurarse en ícono, en logo, en signo, de eficiencia, de eficacia, de transparencia, de trabajo, de anticorrupción, de seguridad democrática o de pacifismo, estará el Estado invisible, el gobierno de élites, el poder oligárquico.

En Colombia, donde la violencia es un hecho cultural innegable en todas sus formas, presente desde el microcosmos familiar hasta el macrocosmos internacional, en los delitos de maltrato intrafamiliar hasta los datos del comercio fronterizo congelado por voces que reclaman el irrespeto armado a la nación del otro, la democracia sigue siendo la utopía de la paz. De una paz buscada para una economía cuyos mayores rubros comerciales son el material bélico, las sustancias escapistas y las personas. De una paz en un entorno en el cual los poderes invisibles han eliminado el precepto del monopolio estatal en el uso de las armas y cuentan con ellas para imponer sus intereses de grupo. Las reglas han quedado bajo su influencia y las leyes se hacen a su acomodo. La tan necesaria y ofrecida paz, las tan anunciadas justicia y verdad, son el escenario de condena a los testaferros visibles de un poder invisible, este último que no será nunca ni castigado ni siquiera sindicado por sus debilidades en procura del dominio político y económico, y de mantenerse fuerte y oculto.

A este juego de democracia real corresponde la reelección del ícono que busca la consistencia del modelo. Todo cambiará, para seguir siendo igual.