viernes, 20 de abril de 2012

EL PRÍNCIPE DEL DESIERTO (BLACK GOLD)


Jean Jacques Annaud, es un admirable director francés cuyas obras fílmicas “La guerra del Fuego”, “El oso”, “El amante”, “El nombre de la Rosa”, “Siete años en el Tibet”, “Enemigo al acecho”, entre otros menos reconocidos títulos, le dan sitial de honor en la industria. Su enfoque de obras literarias de Umberto Eco, Marguerite Duras, así como de algunos ambientalistas y conservacionistas, le aportan un definitivo y serio tinte de analista social mediante la lente cinematográfica.

Tajar Rahim (“Un prophéte“), Antonio Banderas, Mark Strong (“Robin Hood”, “Sherlock Holmes”, “Green Lantern”), Riz Ahmed (“Centurion”), Freida Pinto (“Slumdog Millionaire”), encabezan el elenco de una película que rememora las producciones de David Lean (“Lawrence de Arabia”, “Pasaje a la India…”), cuando la cámara era testigo de una realidad no afectada por los efectos especiales. La “trouppé” viajaba a los sitios geográficos alejados para el rodaje, y el munco occidental reconocía culturas orientales en “Todd-Ao”, “Cinerama”, “Cinemascope” y todas aquellas técnicas de pantalla gigante a color que precedieron a las actuales “3D” o “Imax”.

¿Qué es lo que hace que Annaud luzca como un antropólogo cinematografista? Su visión respetuosa de la diversidad cultural, de la belleza de la naturaleza respetable, de su interés por los encuentros culturales con respeto mutuo, de una respetuosa mirada a ideologías y creencias en apariencia antagónicas. Annaud respeta lo que ve y no debe resultar redundante identificar dicho respeto por los múltiples mundos y las diversas épocas con ánimo estudioso.

“El príncipe del desierto” es un título que llama a la masa sedienta de aventuras, sin revelar lo que es su nombre original de “Oro Negro” o mucho menos de la novela original “Al sur del corazón” de Hans Ruesch, en la que se basa. El eje argumental es el hallazgo de petróleo en la Arabia de 1930 y los enfrentamientos entre sultanes, unos que contemporizan con las empresas de Texas y los otros que interpretan su suelo como hollado por los pozos petroleros. Algunos que aprovechan los “petrodólares” de la época para construir escuelas, orfanatos y otras obras para suplir las enormes necesidades de su pueblo, aunque con una mezcla de preocupación por sus gentes, de impotencia productiva y sin ninguna proyección ecologista. Otros, sin esta perspectiva, siguen ceñidos a una ética ancestral y a costumbres apegadas al honor. El “príncipe” y su hermano, bibliotecario y médico, coincidirán contra los primeros, amando a los segundos y, bajo las fuertes sinergias sociales, harán regreso al que consideran un “modernismo” conveniente en la explotación del oro negro.

Annaud, nuevamente con respeto, permite ver en este documento un análisis de la forma clásica de apertura petrolera de los desiertos árabes a la voracidad multinacional y de la ruptura de patrones culturales del oriente. Los explica mirando la indefensión de los líderes de pueblos “con 1000 años de atraso” y que sin “poder producir nada” buscan remediar los males de sus gentes. La aventura de la pantalla sirve también de hipótesis con intención explicatoria del encuentro de dos mundos, aliados y enemigos por sus mutuas dependencias, para lo cual Annaud ubica sus cámaras mirando, siempre con respeto, hacia el desierto.