domingo, 29 de agosto de 2010

CEREZOS EN FLOR (CHERRY BLOSSOMS) (KIRSCHBLÜTEN-HANAMI)



Doris Dorrie confirma la ley de Zam, en la cinematografía: quien escribe el guión y luego lo dirige asegura autenticidad, alcanza altos niveles de creatividad y la recordación del público.

Trudi (Hannelore Elsner) sabe que su marido Rudi (Elmar Wepper) está enfermo de cáncer y lo invita a visitar a sus hijos en Berlín. A Rudi no le ha bastado con promulgar y practicar que “una manzana por día mantiene al doctor alejado”. Deja las rutinas del Departamento de Gestión de Desechos, un título organizacional que denota administración ecológica y reciclaje tecnológico, pero que, como uno de sus hijos expresará adelante en el film, significa simplemente “tus camiones de basura”.

La pareja visita, cansada, a Claus y Karolin, dos de sus hijos, pues Karl trabaja en Japón. Este par de adultos mayores ha aceptado ciertos modernismos, pero no otros, y junto a su comprensión del amor lesbo de Karolin con Franzl, no comprenden aún el manejo del celular. Trudi prepara exquisitos rollos de lechuga, “eggs rolls”, consiente a su marido y le acompaña un tanto de manera desorientada al comprender que sus hijos están muy ocupados con sus vidas para dedicarles tiempo en su visita, luego de años de alejamiento. Han envejecido y no les comprenden bien. Sorpresivamente, muere Trudi dejando a Rudi desolado. Decide viajar a Tokio donde Karl, su otro hijo, un ocupado trabajador de la gran máquina japonesa engranada en rascacielos de vidrio, quien solo puede alejarse de su día tras día, adentrándose en su pequeño apartamento, al cual su padre irrumpe importunándole. Rudi sale en el día, deambulando vestido con algunas ropas ocultas de Trudi para “llevarla a ver la ciudad que siempre quiso”.

Rudi recorre calles dejando pañuelos anudados al frente de su edificio para no perderse, obnubilado con las luces de neón de la gran ciudad se adentra en los lugares nocturnos, topa con los lugares de chicas “hentai”, los masajes y baños nudistas, pero llora ante el recuerdo de su pura esposa. Topará con el Festival de Cerezos en Flor y con Yu en medio de este, se apegará al Butoh, ese baile con la sombra, que incluso su hijo desconoce o no aprecia. Yu, la bailarina callejera puede rememorar a su madre muerta hace un año, danzando, y ayuda a que Rudi pueda hacer lo propio con el recuerdo de la esposa. En este punto del filme, la danza Butoh, tradicional japonesa, expresionista y mimodramática del dolor, es homenajeada por la directora Dorrie, incluyendo una performance del bailarín Tadashi Endo, y la hará central para la catarsis de su personaje masculino.

Yu vive una vida mísera pero feliz, bajo una carpa de plástico y entrega a Rudi su filosofía de vida y de elaboración del duelo personal. Llena unos días acompañándole a visitar el tímido y emblemático monte Fuji que, día tras día, se esconde a los turistas tras el velo de la niebla baja. Sin embargo, alguna madrugada se deja ver de Rudi, quien danzará butoh a la vista majestuosa del nevado, pudiendo abrazar en su recuerdo una vez más a su amada Trudi, pues “mis memorias de ella están en mi cuerpo”, y fallecer feliz en la costa de mar frente al “Señor Fuji”.

Una frase ambivalente de los hijos de Rudi “! no se explica cómo estaba vestido de mujer y acompañado de una adolescente de 18 años¡” es antecedida del ritual de cremación llevado a cabo por Karl y Yu, palillos, huesos y cenizas al cofre mortuorio.



En la superficie, “Cerezos en flor” hace turismo por Berlín, el Báltico y el Japón. En lo profundo, esconde las penalidades de la edad mayor, que han preocupado mucho en la filmografía mundial. Hay contraste fuerte de la “esclavitud” del trabajo y el consumo, con la incapacidad del individuo en asumir la vida en la vejez y la pensión inútil. Hay alienación y enajenación, vital y laboral. Al paso, el amor se confunde con el lleno del vacío personal y el ocio con la inutilidad plena, todas problemáticas psicosociales que preocupan a la literatura y al cine, sin alcanzar respuesta práctica. El vacío, el apego, la enfermedad, la muerte y el duelo posterior seguirán siendo incomprensibles a toda razón que, siguiendo a su sombra, llegará, inefable, a la muerte.