jueves, 27 de agosto de 2009

París


¡Así es París! nunca nadie es feliz … nos quejamos… nos encanta. No saben lo afortunados que son, caminan, respiran, corren, discuten, llegan tarde …
Hay que ver esta interesante película francesa para descubrir quién piensa así. Cédric Klapisch, un director que solo ha artesanado tres películas, dirige este ejemplo de la “Crash” gringa de Paul Haggis la premiada 21 veces internacionalmente con eje en un guión alrededor de 20 vidas que se cruzan en Los Angeles policlasista, multiétnico y globalizado.
“París” pertenece a esa larga saga, de filmes que no solo reflexionan sobre los problemas de la globalización y su impacto en las individualidades, sino que buscan promocionar ciudades con ánimo turístico. Ejemplo reciente de ello es en Europa, “In Bruges”, de Martin McDonagh, con un elenco de altura que muestra todos los mayores atractivos de una bonita ciudad tras el disfraz de ficción y, para el turista, los diálogos con frases sugerentes.
París, es la globalización con sus problemáticas interraciales, migracionales y de retrospección sobre la vida para lograr la introspección depuradora. Es la promoción turística, con el sutil disimulo de las intenciones de cámara para mostrar la arquitectura destacable.
La historia de un bailarín parisino del Moulin Rouge, enfermo cardíaco esperando la llamada para acudir a un trasplante de salvación con 60% de probabilidad de fracaso, le da nuevo significado a su vida y reinterpretación a la vida de la ciudad.
El guión es diverso sin ser denso. No le falta capacidad de síntesis y ese es su principal logro. Es barroco como el mensaje que lleva, no saturará al público. Es intencionalmente fabricado, como un tour por la ciudad luz sin recurrir a la noche. La cámara escribe la mitad del texto. Las miradas hablan lo que los diálogos no incluyen.
París, la película, es multicultural, multiracial, con un enfoque politizado que es válido para cualquier crítica al discurrir vital de toda capital reconocida, lo cual la hace universal. También la ciudad, mezcla las clases sociales sin generar las fricciones revolucionarias que aportó a la historia mundial, es megalómana frente a toda otra representación nacional de cualquier país. Los parisinos se saben importantes en el escenario global.
El profesor de historia enseña reticencias y lugares comunes sobre los jardines de la ciudad, Es contratado para presentar un documental en el cual recae en Baudelaire, Balzac y los demás, se introduce, como otros tantas veces, en las catatumbas repletas de cráneos apilados, entre los cuales están sin identificar Moliere, Robespierre o Rabelais. Pero su preocupación es el sin sentido de su vida, el desamor ante la belleza joven. Finalmente llega la conquista mediante mensajes de texto celular sin ver la ligona infiel oculta tras su cara de ángel juvenil. Retoza su regresión adolescente y la ciudad es para él un recorrido para volver a la misma previa melancolía.
El hermano arquitecto exitoso, casado con preciosa mujer, es motivo de la buena envidia del historiador. E impulsa su asistencia al psicoanalista. Llora la muerte reciente del padre de ambos y recupera su balance emocional al recibir su primer hijo. La ciudad es de él, desde las alturas de sus proyectos en curso.
Los inmigrantes norafricanos añoran pasar el mediterráneo y convertir las postales recibidas en fotografías. La ciudad es para ellos un paisaje y una serie de oficinas de asistencia social. El amor es para ellos la familia desarraigada y el dolor de compatriotas náufragos.
La asistente social divorciada, Juliette Binoche, rumia sus cuarenta años y sus tres hijos, pero se aplica al cuidado de su hermano enfermo. Para ella la ciudad es mercados y colegios, de los cuales emergerá finalmente el amor.
Los merchants, plenos de testosterona, conocen de la dependencia de la ciudad en cuanto los alimentos de muchas nacionalidades. Las modelos de Christian Dior, recorren la pasarela como epicentro de la mirada mundial para la cual París es moda. El amor es para las modelos bajar unos escalones sociales y retozar con los briosos merchants en juerga.
Todos se quejan. Sienten que París se está convirtiendo en ciudad de ricos, que en cada esquina brota el horror a los extranjeros.
La simbología está en el río, el mítico Sena, la torre, la mítica Eiffel, el pan, el mítico baguette, el café, las míticas mesillas en las aceras. La bicicleta, reina de las ecológicas ciclorutas, está siendo sustituída por la moto oriental. La globalización en las postales del río y la torre, que “llegan de fuera”, en la inmigrante que se emplea con la regañona panadera de baguettes, en los enormes embalajes de fruta y verdura del tercer mundo.
La propietaria de panadería, la trabajadora social, el arquitecto, un vagabundo requiriendo subsidios, el historiador enfrentado a la madurez solitaria, las modelos de Dior, los inmigrantes ilegales norafricanos, el profesor de natación de Camerún, la estudiante que expresa su amor con libertad francesa, todos se topan en las calles sin conocerse entre sí.
El amor es epicentro en la capital francesa de la cultura latina ampliamente reconocida. El amor de tío, el amor de excompañero de clase, el amor de hermanos, el amor casual, el amor no realizado, el amor divorciado, el amor joven y el amor viejo.
Las alturas son protagónicas. La Eiffel soberbia, las obras del arquitecto, las ventanas elegantes del historiador, la azotea vacía desde la cual lanzar unas cenizas al viento de la ciudad.
¿Cuál es el fundamento en el enfoque visual a París? ¿Cuál es la preocupación central de todo el “crew” y de todo el “casting”, de todo el equipo de producción de “París”? La migración.
La emigración y la inmigración, los dos flujos del sistema globalizado de problemas que van y vienen, de socialización de carencias del tercer milenio. La muerte: va cabalgando en los años viejos, va en moto, va en barcaza ilegal, va en taxi. El bailarín quiere asistir sin compañía a su cirugía y su referente de vida y de historia arquitectónica es pasar de largo por el frontis del Pére Lachaise.

1 comentario:

No-body dijo...

Don Alfonso,

Esta cinta me la recomendó alguna vez una persona que fue muy especial para mi...nunca la vi por diversas razones. Sin embargo, al leer su "review" me parece el colmo de mi parte no haber insitido más para verla.

Dicen por ahí que los libros lo llaman a uno, y no al revés...tal vez ocurra algo similar con las películas.

Creo que ver "Las muñecas rusas" y "Una casa de locos", dirigidas también por el mismo Klapisch, me ayudó a entender un poco que las angustias de la gente son siempre pasajeras, y que recordaremos mucho más aquellos buenos tiempos. Solo espero que "París", al final, "sea una fiesta".