jueves, 27 de agosto de 2009

La Elegida


Ben Kinsley (Oscar 1983, en Gandhi) quien cumple 66 este diciembre de 2009 y Penélope Cruz (Oscar reparto 2009, en Vicky Cristina Barcelona), quien cumplirá 36 el próximo abril de 2010, se interpretan y viven esa misma distancia generacional en el filme de título equívoco La Elegida.
“Elegy”, significaría una métrica poética, pero se le entiende como una serie de versos de profunda pena sobre la muerte de alguien, el amigo, la amante quizás … Insinuar que hay una elección por parte del profesor de arte David Kepesh, judío separado, cazador de jovencitas bajo la disculpa de que, luego de una fiesta de despedida de curso, ya no son sus alumnas, no cuaja en el título amañado. Tampoco es elegida Consuela Castillo, quien se parece a la maja de Goya en sus ojos españoles y en su pose de senos para el lente aficionado del “sabio” amante. George O´Hern (Dennis Hopper, 158 filmes en 55 años desde Rebelde sin causa) es el poeta y compañero de squash de David, y quien se atreve aconsejar una serie de cartabones de conducta y desamor rutinario que son posiblemente la causa misma de su fallo cardiaco final, momento en el cual no sabrá si amó más a su amigo que a su compañera de toda la vida.
Caroline (Patricia Clarkson), es la cincuentona, amante única por dos décadas, “una entre un millón de mujeres que tienen sexo sin pedir nada a cambio”.
Isabel Coixet, dirige basada en el libro de Phillipe Roth “El animal moribundo”y comprueba una vez más su antigua preocupación por estos temas pues tiene en su haber My Life Without Me (2003), A los que aman (1998), Cosas que nunca te dije (1996), Demasiado viejo para morir joven (1989), entre sus otras doce películas como directora – escritora.
Keppesh seduce a Consuela, cubano – americana, y conoce de ella que ha tenido pocas, inocentes pero aberrantes relaciones lo cual hace surgir peligrosos celos otoñales y una filosofía personal de su entrada a la vejez. O´Hern, se hace conforme y temeroso de aventurarse en la retoma de sus lides juveniles y Caroline ahora es consciente de que ya no está ejerciendo igual atracción que cuando era joven.
La “elegía” es quizá un mensaje triste, posiblemente algo poético, sobre la lucha interna entre la conciencia de la pérdida de la belleza y del amor que traen los años y la lascivia y carnalidad que buscan rechazar esta cruel e ineludible verdad de las edades avanzadas.
Consuela encuentra que el destino, dolorosamente, le da la oportunidad de equilibrar con pérdida de belleza la inmadurez amorosa de quien le dobla en años. Esta elegía es por los años jóvenes que se van y los deseos que permanecen, por el amigo que se fue y por los años perdidos por un padre ante un hijo envuelto en problemas similares, por el vacio que produce el sexo sin amor, por los libros que ya publicados no significan igual. Esta elegía la escribe David.
La puesta en escena es formal. Lin MacDonald ha participado en tanto film diverso que opta por la convención: teclados bellos de piano, cuadros con pequeñas figuras artísticas famosas, estanterías de libros repartidas en el apartamento ordenado del judío melancólico que mira a través de las ventanas, autos nuevos, paseos por el central Park, salones de clase espaciosos y bien iluminados, cuerpos conservados por el ejercicio, restaurantes elegantes, alto nivel de vida.
La música seleccionada por Marc Artís Garcia, Christy Carew, Angie Rubin es de José Ayala, Bach, Beethoven, Leonard Cohen, Al Lerner, José Sabre Marroquin, Arvo Part, Richter, Erik Satie, Cecile Schott, Scott Senn, Gecko Turner, en 17 temas por 6 intérpretes y responsables de la selección, de los cuales dos son originales (Artis García y Gecko Turner), es sutil casi imperceptible, con excepción obvia de la sonoridad cubana en la fiesta a la cual el viejo enamorado no quiso asistir causando una larga ruptura.
Los grandes grupos de puesta en escena y selección musical, algo no usual en la industria, y la elevada participación femenina y francesa en aspectos técnicos demuestran un énfasis formal que es, posiblemente, el factor inocuo de esta película. La limpieza, la factura perfecta, restan a la melancolía buscada para dar soporte a la elegía visual que no entristece tanto como se desearía, ni da el tono buscado ante el advenimiento de la vejez de todos, la muerte del poeta y la enfermedad de la estudiante, en ese mismo orden y sin mayor reflexión final.

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