miércoles, 27 de noviembre de 2013

LOS JUEGOS DEL HAMBRE: EN LLAMAS (THE HUNGER GAMES: CATCHING FIRE)

Suzanne Marie Collins, una escritora del gran montón de literatos premiados en Estados Unidos, bestsellerista de librillos para leer en el avión o conciliar el sueño, es una más de quienes se dedican a escribir trilogías, tetralogías y sagas, en general, para mantener su clientela. Apuntan bien los bibliomercadólogos a un segmento definido, contratan este tipo de escritores, diseñan portadas atrayentes que incluyen simbología, un mundo distópico del pasado o del futuro, personajes heroicos y reflejos desvirtuados de las penurias de la vida y del sistema social presente. Con ello, esa realidad paralela se ha de vender y con la metafísica de aparatos, objetos o vestuarios estilísticos se ha de hacer el merchandising a nivel global. De eso se trata.
Algunos de estos proyectos biblio-filmo-market funcionan mejor y otros no. Pero todos tienden la trampa de jalonar con la primera estampida publicitaria una cohorte de cinéfilos que asegura millonarias taquillas. El gran ejemplo ha sido James Bond, seguido quizá de Harry Potter. Pero ejemplos deprimentes hay más: “Crepúsculo”, que hizo con cinco películas más de US$3.300 millones con un costo de 20%. Pero intentos descarados son varios: “Hermosas criaturas”, “The Host” (de la autora de los “Crepúsculos”), “Cazadores de sombras”, entre los que han llegado a Colombia e invitan a potenciales inversionistas a comprar la franquicia de productos inocuos, plenos de adolescentes seudomaduros inmersos en problemáticas underground que son un atiborre de lugares comunes.
“The hunger games”, “Catching fire” y “Mockingjay”, amenazan cumplir la meta mínima de US$3.000 millones con costos de solo poco más del 10%. ¿Qué hay detrás de “Los juegos del hambre”? NADA. Un parapeto de una decena de caras conocidas, algunos premiados y desperdiciados en papeles disfrazados, escenografías dibujadas, paisajes de juego de computador, muchas luchas cuerpo a cuerpo, personajes con pequeñas destrezas en armas de mano, imitaciones dictatoriales, símiles de pobreza y close ups de caras bellas, para pasar los popcorns e irse a dormir. No son pinturas al óleo, simples posters de cartulina.