domingo, 29 de enero de 2012
LA PIEL QUE HABITO (THE SKIN I LIVE IN)
Todo lo de Almodóvar debe verse, sin prejuicios. En este caso los pseudointelectos del análisis cinematográfico clasifican a “La piel que habito” dentro de una etapa “noir” de don Pedro, el director de “Todo sobre mi madre” y “Hable con ella”, filmes estos que corresponderían a su etapa “autobiográfica”. Pero, ¿Qué habría de particular ahora en la etapa negra de uno de los más populares directores españoles de la contemporaneidad?
El cine de Pedro Almodóvar es calificado de naturalista, surrealista y melodramático. Es decir, muestra la problemática social vigente, agrega visos irreales a su puesta en escena y es tragicómico. Su hermano Agustín y la empresa productora de ambos, “El deseo”, han puesto su impronta en la guionística mundial, elevando la identidad española posfranquista a un nivel universal y compitiendo en los ambientes de hollywoods, boliwoods y europeuds (UE), donde no han podido negar su acercamiento a las masas en taquilla.
Entonces, “La piel…” aparece como el vigesimoprimer filme del director de 63 años en su 34 años de cinegrafía y dentro de una etapa de cine negro que significaría Misterio, Miedo y Muerte Mezcladas de la Misma Manera. Lo cierto es que productos como “Matador”, “Mujeres…”, “.. mi Madre” o “La Mala..”, perteneciendo a diferentes momentos y etapas, 1985, 1988, 1999 y 2004, por ejemplo, han mantenido la continuidad del buen Almodóvar, permitiendo dudar de grandes diferencias o escalones de madurez en una obra que si cabe en el mote de “cine de autor”. Los intensos rojos y los brillantes amarillos de sus escenografías, las españolísimas actuaciones de gritería, las alocadas persecuciones de extraviados personajes, el persistente mundo homosexual, las desfachatadas mujeres, las sexifeas, los cuerpos descarados, los creativos e inocuos asesinatos, las melifluas escenas dramáticas ante las que nadie sabe si reir o llorar, son ya clásicas. Por otra parte, las simetrías de sus enfoques de cámara, la poca simpatía con los clarooscuros, la prevalencia de interiores, la minimalía de recursos, le han permitido reducir esfuerzos de producción y generar efectos de impacto a la fábrica de sueños de “El deseo”.
Pero, hay que referirse a las dos grandes características de “La piel que habito”. Una su argumento y otra la vuelta de Antonio Banderas. Del argumento cabe decir que Almodóvar, más exactamente su hermano Agustín, se han preocupado siempre por temas del “destape” español como la promiscuidad, los amantes y la infidelidad, el sexo rampante, la homosexualidad revelada, los trasfondos de droga, prostitución y delincuencia de bajos fondos, las psicologías aberradas, el erotismo de las clases bajas y medias, las añoranzas de los que se han ido, las venganzas. De la vuelta de Banderas, debe recordarse que en la década de los ochentas fue el chico Almodóvar de cinco de sus películas, para regresar dos décadas después con un problema de compaginación con el director de la que fue su primera película en 1982 (“Laberinto de pasiones”).
La parte argumental es ciencia ficción sobre el potencial injerto total de una piel sintética a un ser humano y sin rechazo fracasante, condimentada con la venganza del cirujano plástico (Banderas) hacia el violador de su hija. A partir de su secuestro comete lo que es un delito de transexualización quirúrgica sobre este, cambiando también su psiquis. El médico Robert Ledgard, le (o la) convierte en su amante reclusa, desencadenando una serie de situaciones que pueden dejar al descubierto su falta de ética profesional y los delitos cometidos, en medio de payasas escenas y misteriosos indicios tontos que llevan al espectador a descubrir el hilo de la historia. Lo peor es ver a un Banderas que ha pasado dos décadas en medio de productores de primera línea convertido en un buen títere de directores, pues ha sido simplemente un reiterativo actor sin histrionía interesante inmerso en proyectos de medio y alto presupuesto, ahora nuevamente orientado por un Almodóvar que lo dejó hacer confiado en su experiencia. Banderas ya no es el muchachito malagueño relativo actor natural, sino un avezado trabajador hollywoodense que intenta actuar por su cuenta sin aportar lo que el director pensó que podría.
Deprimente actuación de Antonio Banderas en medio de otras sobreactuaciones del elenco y de situaciones algo rebuscadas. Más que interesante, esta película solo llama la atención de los “almodovaristas” y los “banderistas”, para llevarlos a lo que debería ser reconocer, por lo menos, que la dupla Almodóvar-Banderas no funciona y va en detrimento del buen talento del primero y aún más del mecanicismo profesional del segundo. Debe decirse que las nominaciones de este filme se deben al historial de su director y al cartel de su actor, no a verdaderos méritos que habrán solo de "reconocerse" en los vernáculos Goya y jugando de local.