domingo, 10 de enero de 2010

Las cenizas de la luz


El director

Majid Majidi, iraní de 50 años, es director, productor y guionista de un cine que no olvida el teatro. Fue actor de cine y TV. Luego, en su obra directoral, vendrían “Baduk” de 1991, niños que llevan mercancías ilegales en la frontera Pakistaní, y “El padre” de 1995, el adolescente que a la muerte de su progenitor debe trabajar, ganadoras ambas de premios nacionales del festival de Fajr. Posteriormente, “Niños del cielo” de 1998, la pobreza reflejada en unos zapatos infantiles, ganadora del Gran Premio de las Américas del Festival de Montreal y primera película iraní nominada a los Oscar de 1999. “El Color del Paraíso” de 1999, la historia del niño ciego enfrentado a su padre, que repite premios y taquilla mundial. “Baran” del 2001, los refugiados afganos en el entorno de un niño, y “Las Cenizas de la luz” (Las cenizas del tiempo, The Willow Tree, entre otras titulaciones que le han sido dadas), de 2005, este penúltimo gran trabajo de dirección de un maestro de lo humano y su cotidianeidad, de la niñez y la ceguera, por algún motivo recurrentes en sus temáticas.

El actor y su personaje

Parvis Parastui, desempeña el rol de Yousseff, ciego a los seis años, ahora de 45, quien recupera la visión con trasplante de córnea gracias a un examen inesperado en Francia, del tumor que resulta benigno y permite el correcto diagnóstico oftalmológico.
Pero 38 años de ceguera le representan un vuelco mental y emocional, la disyuntiva de recrear una vida, o de inventar una nueva. Le horroriza la escena del aula de niños ciegos en la cual había enseñado poesía durante mucho tiempo. Le sorprende la visión física de su mujer, desconocida hasta ahora. Mantiene el amor por su hija de unos seis años, con quien ha establecido lazos de ingenuidad y juego. Sin embargo, la belleza lo impacta. No solo los objetos y el mundo a su alrededor, También, el bello rostro de su cuñada, quien según sus familiares “podría haber sido actriz de cine”, le hace cuestionarse. Un enamoramiento repentino de quien, a punto de graduarse y le pide examine su tesis de literatura, se convierte en la inflexión vital que le hace preguntarse por su vida prestada. Una vida que no había pedido ni escogido, de imágenes y estéticas a las que no había tenido derecho. Rechaza sus libros y su regreso al trabajo con alumnos y compañeros docentes, todos invidentes. No se sabrá por qué, rechazo biológico o emocional, retornará a la ceguera.
Gran actuación de Parastui, camina como ciego luego de recuperar la vista, solloza de manera conmovedora, tropieza y cae sin trucos, convirtiéndose en el personaje dentro del cual el espectador se representará asumiendo sus propios miedos.

El cine global y un resultado más

Antes se decía “mensaje a través del celuloide”, ahora hay que reconocer lo necesario de saber de otras latitudes mediante la imagen digital. Irán, como país, llega a nosotros como un foco de discordia geopolítica, como una nación de hombres embozados y mujeres cubiertas, de gobernantes retrógrados sumidos en el pasado, mitad guerreros y mitad religiosos. De rostros de barba y cuerpos provincianos. Toda una imagología alejada de los valores políticos y estéticos “occidentales” que hace poco taquillero, en principio, su cine, a los ojos de la América.
Hay que reconocer que un producto visual depende de la aceptación ética y estética de sus contenidos. De la semiótica de las razas y de sus sonidos verbales De aquí que la globalización de la cartelera, dependa de la sustracción que el espectador logre de preconceptos y prejuicios. Las caras orientales, los rostros asiáticos o africanos, en general, los vestuarios “extraños”, la pasividad o la falta de una “musicalidad acostumbrada” en sus voces, la “brusquedad” de sus movimientos corporales, van entrando en los sentidos gracias a que se ve en la pantalla a unas ciudades iguales a las nuestras, unas familias y unos sentimientos tan humanos como lo hemos sido ellos y nosotros, siempre.
Al igual que a Yousseff, el cine no monopólico descorre velos sociales ante nuestros ojos. Descubre mundos ensombrecidos por la gran prensa y la política interesada. Contribuye a reconocer como valiosos nuestros propios entornos familiares, sociales, económicos y emocionales. Genera autoestima nacional frente a esa mítica ansia de conocer países extranjeros con el supuesto de encontrar en ellos lo que nuestros congéneres no tendrían.

El cine de Majidi es uno de esos tantos otros que lleva a revalorar ese otro cine, el monopólico, por ahora ese es el adjetivo, que maquilla sus propias civilizaciones, superlativiza y, de preferencia, ficcionaliza. Ese cine “hollywoodense”, que no es malo. Pero sí, nos enajena y nos acompleja, nos provee de autoimágenes infravaloradas, de imágenes culturales engañosas. Todo ello dentro de un proceso que no es tan inconsciente para una industria multimedial que resume poderes muy grandes en el plano simbólico, en el campo ético, en el orden político y en el de la autoreflexión individual y de masas.

Corolario: Sin embargo, es aconsejable dejar de lado aquellos motes y clasificaciones subjetivas de cine “arte”, de cine “independiente” o de cine “no comercial” para cada película que nos gusta y que permite “renegar” de guiones occidentales y tecnologías sorprendentes, como si fueran anticulturales o dañinos. Lo que resulta deseable es asistir a, o bajar de internet, películas de todo género y “leer” cine ampliamente. Solo con contrastes culturales se objetivizan los criterios.