martes, 7 de enero de 2014

EL HOBBIT: LA DESOLACIÓN DE SMAUG (“The desolation of Samug”)

Peter Jackson se acostumbró a las megarecaudaciones. Con la trilogía del Seños de los anillos, convirtió US$300 millones en casi US$3.000 millones. Con la primera parte de “El Hobbit” (dividido en “An unexpected journey”, “The desolation of Samug” y “There and back again”), obtuvo un margen bruto de 230% y con esta segunda parte, alcanzará lo mismo. Alguien debía filmar para la posteridad la rica obra del que sería hoy sudafricano, John Ronald Reuel Tolkien, de quien fue consultor igualmente C. S. Lewis (”Las crónicas de Narnia”). Las dos trilogías de Jackson llenan un vacío en la biblo-cinemateca mundial. En la cuarta y en esta quinta entrega se enfatiza en el uso de la 3D HFR y 5k de resolución, es decir en 48 cuadros por segundo en tercera dimensión y más del doble de la llamada alta definición. Ello le da una calidad que no puede ser criticada con referencias a películas caseras y que quizá hubiera perfeccionado visualmente la trilogía del anillo, pues no se puede catalogar la “indefinición” como toque artístico. Esta entrega de la segunda trilogía es más entretenida que su antecesora y deja ver un aporte personal de intervención del director en la historia como lo demuestra el ejemplo el personaje de la elfa Tauriel. Jackson no es un director de enorme talento pero si un gerente cinematográfico de megaproyectos con gran capacidad para permitir que los efectos especiales de Richard Taylor (en la primera trilogía) o la música de Howard Shore, enriquezcan los guiones de Walsh, Boyens o del Toro y un grupo de media docena de genios, con crews en diversas locaciones del mundo. El público deberá seguir aportando a los US$7.000 millones que han de completar con la próxima entrega las dos trilogías de Jackson.