lunes, 14 de junio de 2010

¿Santos o Inocentes?


La intolerancia y la intransigencia suelen ir contenidas en aquellos discursos proselitistas que si bien contienen muchas verdades, tienen siempre tras de sí argumentos ideológicos. Dice muy mal de un candidato que recuerde sus diferencias de clase con el contrincante, o acuda a la queja reiterada históricamente en forma de pregunta acerca de ¿cuándo los pobres heredarán la tierra?
El país colombiano muestra en la actual campaña electoral signos de alta participación en debate y análisis de propuestas, algo muy diferente de la abstención electoral, que depende de factores como el clima, los cambios en preferencias de última hora o del desprecio de la gran importancia que tiene el conteo del propio voto personal.
Pero, también, el país demuestra en esta última etapa, la segunda vuelta, que es una nación dicotomizada y que vive una cierta esquizofrenia de índole política.
La masa poblacional que cuenta solo con mayoría de edad no tiene las mismas experiencias históricas de la que lleva más de tres décadas de reconocimiento de la real situación política, jurídica, económica y social que le rodea. No es igual pertenecer a la generación que lo ha recibido todo de sus padres, que hace usufructo de la era de poder tecnológico en la mano del ciudadano común, y al cual el mundo se le representa globalizado en oportunidades y viajes, que ser de aquella generación que conoció del socialismo real, que observó el derrumbamiento del muro de Berlín y lo que esto representó, que se impactó con los magnicidios y genocidios en Colombia o que vivió los cambios derivados de la constituyente de 1991. No es igual pertenecer a las generaciones que conocieron de una verdadera discriminación política, de una nación autárquica y de una paz nominal pactada entre partidos tradicionales y amarrada a un pacto de alternación que ya no tendría validez actual frente a movimientos políticos coyunturales y al transfuguismo del voto.
Todo ello es dicotomía y esquizofrenia frente a las miradas al pasado, que también se ve en los enfoques hacia el futuro. Presente pasado y futuro no dejan de ser variables más filosóficas que temporales, más analíticas que reales. La división del país, que podría corresponder en parte al país nacional y al país político de Gaitán, y que ha variado con las épocas, se observa también en la visión del futuro y las perspectivas acerca del poder.
A futuro una generación sabe de los peligros hemisféricos, de los rescoldos de la guerra fría, del ave fénix nuclear, de los costos sociales acumulados en las instituciones existentes. La otra generación se siente prepotente sin capacidad de creación, se limita a orientar su voto emocional para alejarse luego a ver resultados alcanzados por manos de terceros.
Un país se dice incluyente porque defiende este valor social de accesos y oportunidades, de igualdades y equidades. Pero lo hace tras un discurso excluyente, con el pasado y con los otros. En un país en el cual más que a calidades se acude a cantidades, en el cual más que capacidades se busca apoyo en la plutocracia y en la burocracia, en el cual las titulaciones académicas pululan a pesar de las deficiencias en el acceso a la educación superior o en la poca cobertura educativa, en el cual la carrera meritocrática y la preparación intelectual, así como las competencias laborales, se exigen a todo aquel que se obsesiona por un ascenso o un reconocimiento social, mal está que, demostradas las pocas destrezas administrativas y conceptuales en campos jurídicos, económicos y políticos, no deban proponerse estas mismas para permitirle a un candidato hacer representación de la muy necesaria unidad política para los tiempos que corren.
El país no debe votar por simple reacción a los sucesos visibles de los recientes tiempos. Debe consultar y aprender de la historia no siempre evidente. El país debe votar localmente, pero con mirada global. El país no puede votar con sentimiento representacionista, sino con ánimo participativo. Se debe elegir no para dejar el poder en manos de un supuesto criterio basado en conocimiento invisible, en poca idoneidad en capacidad y preparación para el manejo de lo público. Se debe elegir para reconocer que existen un Estado y unas instituciones maduras que ha costado generaciones de evolución social alcanzarlas y a las cuales debe entenderse bien para acceder al poder. Mal se hace al votar por quienes no cuentan con las destrezas para el manejo de lo público y se apoyan en la creencia de que basta pensar bien para actuar bien.
En las presentes elecciones el colombiano y la colombiana deben orientar sus preferencias hacia quienes están preparados en las áreas del conocimiento que corresponden al gobernante y que identifican al hombre de Estado y al servidor público. Deben elegir mirando a la coyuntura internacional y hemisférica, a la onda de crisis y cambios que afecta al mundo desarrollado, a la realidad de una disminución de la violencia interna obtenida posiblemente con los únicos elementos que había a la mano y cuyas sinergias deben apaciguarse mediando el respeto por la juridicidad interna y la justicia internacional, en ese orden. Debe elegirse exigiendo al otro país que asuma el pasado, que entienda los riesgos del futuro y que se forme en el camino de las competencias necesarias para asumir el poder, con mayor responsabilidad, posteriormente.