miércoles, 26 de mayo de 2010

Todos los candidatos a la Presidencia de la República demuestran altos niveles de intelectualidad


¿Qué es un intelectual? Alguien dedicado al estudio de las circunstancias reales, a una reflexión crítica sobre las mismas y a la aplicabilidad de la teoría a la práctica social. Sin apego a materialismos de toda índole, puede recordarse a Antonio Gramsci de sus escritos políticos y de la cárcel, quien estimó que el intelectual orgánico tenía como labor la justificación ideológica de la superestructura político-ideológica existente, en beneficio del predominio social de la clases dominantes, pero que no al no haber actividad humana de la cual se pueda excluir de toda intervención intelectual, no se puede separar al homo faber del homo sapiens, y todo intelectual sea artista, filósofo, literato, maestro, también puede optar a hacer parte del Estado y de la sociedad política. Los intelectuales tradicionales y los orgánicos, dentro de la sociedad civil o del partido político, tienden a convertirse en intelectuales políticos calificados, dirigentes, organizadores que orientan al desarrollo orgánico de una sociedad integral, civil y política.

Actualmente en Colombia se encuentra la mejor propuesta de intelectuales candidatos que se ha visto en su historia. Antes, el país se había podido ufanar de tener en la presidencia hombres de gran cultura, con grandes ventajas comparativas frente a dirigentes de otros países latinoamericanos, incluso al hacer un repaso de época se encuentra que las calidades, subjetivas y objetivas, de nuestros gobernantes superaban en muchas oportunidades las de otros varios dirigentes en nuestra vecindad. No obstante, el mundo ha cambiado exigiendo otras cualidades a quienes optan por el liderazgo del Estado, como una mayor formación académica, más larga experiencia, conocimientos integrales e integradores en derecho, economía y relaciones internacionales y gran criterio político. Las opciones individuales entre las cuales se escogerá el 30 de mayo, y en una eventual segunda vuelta electoral, son de la mejor calidad intelectual respecto a estos factores.

Estos candidatos son intelectuales, todos. Tienen una lucida hoja de vida, conocen las estadísticas de los hechos nacionales, se informan de los estudios técnicos elaborados a alto nivel, los comprenden, los evalúan, los critican y escogen por una posición personal ya enriquecida. Despierta cierto orgullo nacional ver la altura de los debates, la precisión en conceptos e ideas, la ausencia de ataques personales y la capacidad de criterio de decisión con que cuentan como hombres, y mujeres, de Estado. Son todos ellos intelectuales de formación académica, escritores de artículos y libros, de los cuales habrá que escoger quien parezca aplicar la mayor representatividad popular posible, tenga las mejores relaciones con el Congreso y oriente la simple hermenéutica de la letra a la complejidad de las relaciones estructurales de un Estado que cuenta con las suficientes instituciones y ha alcanzado la mejor conciencia de la importancia de la seguridad jurídica. Que consulte la cultura nacional antes que el apego a orientaciones estatales del pensamiento ciudadano que pudieran llegar a parecer autoritarismo y anacronía dentro de una democracia pluralista, que es el mejor patrimonio nacional demostrado en campaña.

Todos son intelectuales. El votante no puede orientarse por el “conocimiento inútil” o el “saber escondido”. Solo lo revelado vale para depositar un voto. Nada habrá luego de las elecciones que no se haya debatido y aclarado ya y por ello el voto deberá ser de conciencia.

El electorado debe olvidar la idea de que su escogido irá a “sorprender” posteriormente en el ejercicio del poder. No se debe votar con expectativas diferentes a las que ya han sido expuestas en los medios, no hay nada ya tras lo expresado. Esa transparencia que ha tenido el proceso electoral permite evadir los mesianismos y populismos, enfrentando la realidad con la pragmática intelectual que todos y cada uno de los seis principales candidatos ha demostrado y que los otros tres demuestran conocer también.

No al voto útil (votar por el que la mayoría supone que va a ganar).
No al primivoto sin información (quienes votan por vez primera pensando que todo lo pasado es retrógrado).
No al voto clientelista (la opción a preferencias burocráticas o económicas).
No al voto en blanco (que es legal pero aporta muy poco).
No al voto nulo (con trampa o triquiñuela).
No al voto impugnable (por suplantación de identidad).
No al voto coactivo (obligado o amenazado).

SI al voto de conciencia, por el candidato de preferencia puramente personal, consultando los intereses nacionales, sin presiones mediáticas o de medición de tendencias.