Recordemos los denominados paraísos fiscales, aquellas zonas económicas en las cuales los tributos son menores o inexistentes y hacia las que se dirigen los capitales y las utilidades originadas en otro sitios en los que los gravámenes son mayores. Existen y persistirán.
En el caso de los derechos de autor, patentes tecnológicas y de la explotación de know how de propiedad de otros, la protección es difícil, en algunos casos, imposible.
En el mundo de internet es ya verdad conocida la difícil protección de la propiedad intelectual. Desde los estudiantes de primeros años hasta muchos casos dentro de los expertos de algunas áreas se encuentran ejemplos de plagio y de apropiación de ideas ajenas. Si bien es relativamente probable el hecho e inculpación para casos específicos, hay más cabida para el desprestigio temporal que para el cobro de perjuicios de cualquier otra índole a quienes se acusa de apropiarse de las ideas de otros. Nobeles y maestros han pasado por inculpaciones que no van más allá de los rumores a los cuales las gentes atienden a manera de anécdota.
En otros ámbitos, la industria y las propiedades de marca cuentan con un efecto espejo: cada novedad y diseño trae consigo un mercado nuevo y jugoso, pero da lugar a la aparición de mercados piratas y reproductores que, falseando las novedades, venden y engañan a los consumidores con piezas en la mayor parte de los casos, idénticas en calidad a sus originales. Porque, cabe afirmarlo, no es totalmente cierto que las copias y réplicas sean de menor bondad que los productos auténticos. Desde los insumos de calidad hasta mano de obra experta, pasando por maquinaria y procedimientos igualmente eficientes, pueden ser adquiridos para competir de manera desleal con la invención, la creatividad y el diseño de la propiedad intelectual registrada. Como resultado, los costos de desarrollo, lanzamiento, maduración de un mercado y pagos tributarios se reducen para la industria mafiosa y avivata, permitiendo ofrecer el producto pirata a menores precios. Todo esto causa notorio daño a la investigación y el desarrollo originales que involucran un alto costo social, pero no detiene su dinámica ni sus sinergias.
En este punto entonces, aparecen dos sectores y dos mercados que siempre han estado ahí, en la historia de las sociedades. El sector social mafioso y el mercado ilícito. Pero, no se deben confundir. Estos términos van mucho más allá de su connotación malévola y delincuencial. Muchos de ellos, exceptuando por ejemplo la trata de humanos, el narcotráfico, el contrabando de armas y algunos de obvia ilegalidad y obligatorio rechazo social, son actividades pacíficas que se deben a las debilidades tecnológicas que podrían calificarse de invencibles.
Este es el caso de las tecnologías en información y comunicación, TICs, y en los avances de audio y video digital, pasando por la industria del hardware y software. En el caso de grandes innovadores y empresas, como Steve Jobs y Microsoft (Bill Gates) ya se han comprobado, tanto el imposible tecnológico de control como la importante y necesaria coexistencia de los sectores ya mencionados.
En el primer caso, Jobs ha convenido con la gran EMI inglesa, una de las mayores fuentes de arte y creación universal, permitir el acceso a la obra musical de la compañía a través de portales reconocidos y de forma gratuita. En el caso de Microsoft, siempre se ha explotado un mercado de licencias de uso empresarial y corporativo que es perseguible y penalizable y que es fuente de los ingresos necesarios para la recuperación de costos de investigación, creación y desarrollo. En el asunto Jobs-EMI se reconoce que el comprador de poder adquisitivo suficiente, que requiere del producto artístico en su formato original, lo conoce y paladea en la red, pero lo adquiere en el comercio real. Esto es, se apropia de un "marcador social". El mercado complementario de copia, plagio y réplica digital, por parte de quienes la valoran pero no desean o no pueden adquirirla, sirve de indicador de éxito de la obra en cuestión. La red hace aquí de escenario de contraste entre uno y otro (a la manera de Karl Popper), de posicionamiento de marca (branding comercial) y de ubicación competitiva (benchmarking sectorial frente a los otros), que permite la aparición del ansiado marcador social implícito en cada producto.
En el caso de Microsoft, por ejemplo, se posibilita la coexistencia del mercado de hardware en los hogares y en muy pequeños negocios, permitiendo el uso de copias del software pues sin este no funcionaría aquel. Siempre se ha hablado de que el mundo requiere software gratuito y universal, como es el caso de Java hace casi dos décadas o como se está dando en el caso de Google que facilita acceso al uso de aplicaciones operacionales sin ningún costo.
En resumen, este es el escenario al cual se enfrenta el mundo globalizado y en el cual el creador recupera el fruto de su esfuerzo en un mercado lícito y controlable, pero validado en el otro mercado "ilícito hoy, parcialmente", que hace de contraste de éxito y de necesario antágónico para la aparición del subjetivo, pero fundamental, marcador social que representan los consumos coetáneos de obras musicales, literarias, gráficas y fílmicas, artísticas en general, y de innovaciones técnicas y tecnológicas de carácter productivo.
En julio de este año, Prince (The artist) acompañó su último disco a un periódico de reconocido tiraje en Estados Unidos y de forma gratuita. Fueron 3.000.000 de discos entregados a los lectores con el único costo de un número normal de prensa. Algunos sectores de la industria lo acusan de desleal y de prácticas comerciales no aceptables. Pero, está en su derecho. Dentro de un régimen de propiedad privada y libre iniciativa estos hace parte del albedrío de cada agente económico o ciudadano. Lo que en el fondo prueba está histórica práctica de mercadeo es que el artista obtiene más por derechos de divulgación, por contratos de presentación personal y por las ventas derivadas del golpe de publicidad, que por lo que el productor tiene a bien concederle.
Significa que la limitación de la promoción de la obra artística se puede deber en parte a los intereses de las disqueras y a sus políticas formales de precio y venta. El artista consagrado descubre que los costos bajos de producción no pueden convertirse en un valor agregado en el cual prime la utilidad del productor obstaculizando el acceso del gran pública a su obra. Igual cosa puede estar sucediendo en el mercado literario y fílmico, para citar algunos similares.
Lo importante de estas acotaciones es que permiten pensar que el mercado virtual y la proliferación de actos de pirateo del producto están obligando a la creación de otras formas de mercadeo más democráticas y menos onerosas, impidiendo que la expansión del consumo de bienes relativamente suntuarios se sacrifique en beneficio de los intereses de unos pocos. En este escenario: !Viva el mercado libre¡