La dirección de Giuseppe Tornatore ha llevado este filme a ser nominado o ganador de muchos de los festivales de alcurnia como el Oscar, el Golden Berlin, el Bear British Academy, el Bafta Film, el David di Donatello, los Golden Satellite, Las Vegas Film Critics Society Awards, el Sierra Award, el Italian National Syndicate of Film Journalists o los Golden Globes.
Tornatore es intimista no por la subjetividad de sus filmes, por la cual su obra podría haber sido adjetivada como cine de autor. Es intimista por cuanto se introduce en los profundos rincones del alma universal representada por el amor al cine desde su infancia, las fantasías que desencadena el audiovisual del siglo XX en las generaciones de hoy, los primeros amores, la música como acompañante de la vida y la literatura (esa lluvia de ideas de la ciencia) que crea utopías pero recrea realidades. Tornatore es director por su amor infantil al cine, contado en la historia de ese Paradiso pueblerino donde conoció la cinemateca fundamental. Es un literato probado al escribir el hermoso guión de la vida de 1900, un pianista aislado en el océano. Ahora reconoce el platónico e imposible amor humano, en la lujuria que acompaña a toda adolescencia.
Se ha enamorado de Monica Bellucci y la disfraza de Malena Scordia, se voyeriza en ella utilizando a Giuseppe Sulfaro bajo el seudónimo de Renato Amoroso, ese niño simple que nos demuestra ser el más maduro de todos los machos que la rodean. Tornatore, recuerda un padre violento y machista en Luciano Federico. Quiza también castiga, bajo los escombros de un bombardeo, a Pietro Notarianni, y a todos los profesores Bonsignore, castradores pedagogos y desleales padres de familia. Aleja, celoso, a Gaetano Aronica llamado Nino Scordia, del disfrute de la compañía de Magdalena para, luego de comprobar lo imposible y como buen regidor de ficticios destinos, despojarlo de su brazo pero otorgándole la dignidad necesaria para purificar a la bella humillada. Gilberto Idonea, el abogado Centorbi, es la justicia corrupta que defiende y extorsiona. Finalmente, para redimir a la prostituta venerada bueno será el poder del guión en el cual Tornatore, cual Dios, observa los destinos trazados por la historia original de Luciano Vincenzoni.
Ennio Morricone, socialista y musicalizador sin par, gusta de crear los acompañamientos incidentales de la humillación del Duce, de la ridiculización del líder comunista del olvidado pueblo sureño de Castelnuto y de la moralización de esta pequeña comunidad muestra del alma humana de siempre.
La fotografía de Lajos Koltai, hermosa por su sencilla retina sólo tiene que dejar pasar el vestuario de medio siglo diseñado por Maurizio Millenotti y los decorados de Bruno Cesari. La fidelidad es técnica suficiente cuando de observar el mar, las playas o los soles dorados y púrpuras de Syracusa se trata. La estética del latino pobre, sus viviendas con tejados de barro, las callecitas empedradas y sus gentes de conducta llana, vociferante machismo y gritería matriarcal, son suficientes elementos de escenografía.
Los castelnutiences, un patronímico de cuento, se dedican a comer, beber, susurrar y gestar los cambios de su mundo bajo los deseos reprimidos de sus rumores. Malena tiene la belleza encantadora e irresistible, sus vecinas detentan los hilos del orden social y las sinergias de sus hogares, los varones sólo cuentan con la posibilidad del uso de su fuerza y su pecunio para alcanzar lo negado. Los jóvenes del pueblo tienen una senda irrestricta de imitación final de los comportamientos paternos en su hemiciclo vital. Castelcuto se desaburre de las soleadas tardes sicilianas con el chisme y el deseo. Luego vendrá la ocupación nazi que se adueña de lo que cada uno tiene. Viandas, dignidades y nacionalismos pasan a manos más fuertes. Las lujuriosas miradas de los varones culminan, gracias a la necesidad económica del oscuro objeto de su deseo, en el apaciguamiento, por destajo, del apetito de sus carnes.
Las envidiosas hembras harán realidad el mito de la Magdalena, si no lapidando, si torturando frente a sus impotentes esposos aquel cuerpo buscado por ocupantes y ocupados de la guerra.
Mónica Belluci no necesita explayarse en los diálogos para actuar. Sus ojos y sus formas bastan para transmitir sentimientos. Pero ello no debe llevar a error. El actor por excelencia presta su cuerpo al personaje y lo deja al albedrío argumental. Malena camina, mira, habla y sufre dolor con la altura de las mejores. La mirada de comprensión y perdón final que otorga a sus enemigas en el mercado, luego de su retorno, lo dice todo. Para recuperar la dignidad debe regresarse a donde ésta se ha perdido. El odio in crescendo de sus vecinos, culmina en el necesario perdón y el cuerpo hollado por la lascivia y la tortura no soguzga a esta alma incapaz de rencores en la mejor lección de un filme que es reconocible como universal gracias a su honesta comprensión de lo local.