La docencia es una ocupación humana destinada a mejorar el conocimiento de la vida, el mundo y la realidad en los discentes, alumnos, estudiantes, o como se les quiera denominar. En general la labor docente debe ser de coordinación entre los sofismas y las verdades, entre lo subjetivo y lo objetivo, entre lo mítico y lo cierto y, en general, a hacer de puente transformador de la ignorancia en cognición. Se trata de la mediación adulta a la que refería Lev Vygotsky que como resultado ha de dar el diagnóstico de la zona de desarrollo proximal en cada estudiante (déficit) y la posterior apropiación por su parte de los conocimientos que la llenen.
La palabra docente deriva del término latino docens, de docére o “enseñar”, siendo sinónimo usual de profesor, educador o maestro, aunque lo uno, lo otro y lo tercero puedan tener leves diferencias conceptuales. Según Alvarez Llanos (2013), “docente” es quien cumple un rol profesional y “profesor” quien realiza un rol pedagógico. Por otra parte, “educador” significaría el cumplimiento de un deber social y transmisión de conocimientos, mientras que “maestro” sería aquel que le da una dimensión humana y científica a la enseñanza y la convierte en su proyecto de vida. Las acepciones llevarían, en resumen, a la enseñanza docente, la actividad profesoral, la vocación social y la maestría investigativa.
Mucho se habla de la calidad de la educación, del papel transformador de los profesores y de su importante incidencia, sea positiva o negativa, en el desarrollo de las nuevas generaciones. Habría que comenzar por aceptar algunos errores que persisten en la personalidad educadora de muchos profesores, debidos quizá a la connotación de clase que conlleva el “habitus”, del que hablaba Pierre Bourdieu, tan acertadamente, al hacer una formulación sistémica y sociológica al “hexis” aristotélico. Esto es, aquello que va de lo interior a lo exterior del individuo proveyéndole de elementos de posicionamiento social continuo. Bourdieu hacía referencia a “estructuras estructurantes estructuradas”, es decir a elementos de formación previa que adecúan a la persona a la sociedad pero permitiéndole a su vez adecuar a esta a su conveniencia manteniendo el estatus deseado. Lo cual hace referencia a una cultura hegemónica que se impone constantemente y de manera en apariencia desapercibida a través de una denominada “violencia simbólica” bourdiana.
De acuerdo con lo mencionado se puede llegar a que el oficio del docente, en cualquiera de sus acepciones ya mencionadas, significa el ejercicio de un tipo de violencia simbólica que busca mantener el predominio de una determinada cultura, en concordancia con el habitus propio del educador. Es por ello que el docente representa una orientación cultural específica a la cual se adhiere como significado de una forma de ejercicio pedagógico que a su vez se hace significante.
El primer error docente
Con base en lo precedente debe decirse que el docente puede llegar a confundir el interés individual de mantener su posición social con la esencia de su tarea. Este error consiste en suponer que su propia persona es esencia o génesis del conocimiento, olvidando que su rol básico es la intermediación de dicho conocimiento como un producto social cambiante. Este usual error docente distorsiona los procesos de formación pues constriñe en el discente su capacidad de “aprender a aprender”, bajo la premisa de que la fuente del aprendizaje residiría solo en la persona docente, restando importancia a las demás representaciones del saber, entre las cuales el estudiante debe aprender a acudir al entorno científico de publicaciones, la acumulación bibliográfica, el intercambio comunicacional entre pares y superiores, o al mismo conocimiento empírico que se produce con la experiencia.
En resumen, el discente resulta inmerso en una dependencia respecto al pedagogo y no apropia el conocimiento como una competencia. De tal manera que no accede al logro de adquisición de la conciencia del cómo aprender, del dominio de los mecanismos necesarios para tal efecto, de la apropiación del sistema de análisis, síntesis y propuesta de las ideas. Esto es, de la asimilación y acomodación (Pacheco Ríos), o del aprender a aprender entendido como el tomar todos los conocimientos que te da la vida para usarlos en beneficio propio y de los demás (Moraga Giovanetti), en autocontrolar el aprendizaje (Santibáñez Cerda), de ver el mundo desde otra óptica, de desaprender lo aprendido y de asimilar lo novedoso (Cotes), entre otras muchas acepciones del “aprendizaje para aprender”.
La solución al primer error docente está entonces en que, bajo un lenguaje sistémico, el estudiante debe pasar de ser un sistema cerrado a uno de condición abierta permitiendo la entropía necesaria para su constante crecimiento cognoscitivo.
El segundo error
El saber, privilegiado sobre el saber hacer, resulta en un común error docente (CONTINUARÁ…).