domingo, 20 de julio de 2014
“BLOCKBUSTERS” VS ART CINEMA
“Edge of tomorrow”, “Trascendence”, “Transformers: Age of extinction”, son el tipo de filmes que nacen para ser éxitos de taquilla. Los elementos están dados con elencos de gran reconocimiento, formatos digitales y 3D, historias simples de entender, argumentos seudocientíficos (SciFic), música grandilocuente y acción que obliga al espectador a mantener su atención en pantalla.
Aunque se esté acostumbrado a este tipo de formatos no dejan de sorprender las excelentes obras de edición de “Edge…”, que le permiten repetir una “muerte” de manera tan interesantemente ficticia. También, las buenas especulaciones sobre la vida en “Trascendence”, así como los juegos de gigantismo visual en “Transformers…”.
Al lado, en la cartelera colombiana, medianos productos de terror como “Oculus” o “La casa del fin de los tiempos”. Otros pequeños títulos de humor desordenado como “Bad Neighbours”, o Buenos Vecinos, “Blended”, o Luna de miel en familia, o algunos algo trascedentes, pero de muy baja taquilla, como “Amor indigo”, “El cielo si existe” o “Bajo la misma estrella”, pugnan por recuperar sus costos.
La competencia es siempre de este talante: “blockbusters”, cine de pequeño formato y cine arte se enfrentan por una demanda monetaria semanal. Si bien el llamado cine arte puede tener gran o pequeño diseño, de lo que se trata acá es de disertar acerca de la frustración de grandes directores y autores acerca de la invencible amenaza de los “blockbusters” en taquilla. No siendo una verdad plena, este cine de éxito comercial está ligado hoy a los mejores avances tecnológicos de carácter audiovisual. Enormes presupuestos que sobrepasan los niveles de US100 millones, fuerte carga publicitaria y redes sociales que las convierten en tendencia, hacen de estas películas algo si bien efímero en gran parte de los casos, benéficamente dinamizante de los flujos económicos de la industria y el comercio, pasando previamente por la investigación y desarrollo (I+D, R+D).
De eso se trata: el “blockbuster” actual se basa en la exhibición de los últimos adelantos de la ciencia del audio y el video, del formato digital y la tercera dimensión. La masa que busca diversión semanal tiende a pagar estos productos de oligopólicos estudios y escapa al cine independiente y las obras de autor que no faltan. De ello se quejan connotados autores del cinema mundial, como Polanski, Von Trier, Almodóvar, Lynch, Bellocchio, Kim Ki DuK, Wong Kar Wai, Deepa Metha e, incluso, un Tarantino, que se sintieron incentivados en un comienzo por la radical baja de costos de producción con las cámaras digitales, pero ahora se declaran vencidos por la invasión de superhéroes, cibernética y “huge budgets” que se llevan tres cuartas partes de la taquilla cotidiana en los países importadores.
Debe reconocerse en este escenario que, sin embargo, los distribuidores han puesto siempre a disposición salas específicas para que los filmes “pequeños” sean vistos. Debe reconocerse igualmente a grandes actores de poster su participación en filmes de autor por amor al arte y con soporte en sus personales ganancias previas dentro del cine gigante. Pero la batalla está perdida en términos de una deseada mayor difusión y aunque los pequeños presupuestos sean siempre recuperados gracias a los cinéfilos de siempre, hay un efecto espejo de la sociedad: mayor asistencia a cine de divertimento sencillo, menor taquilla para la reflexión en pantalla.
Para una metáfora: se podría estar en desacuerdo con la llegada a la luna hace 45 años, solo incentivada por la competencia de dos potencias en medio de una guerra fría y un presupuesto de US$20.000 millones de la época destinados por la administración Kennedy. Pero no se puede desconocer su amplia sinergia tecnológica que ha dejado herramientas inalámbricas, sistemas de navegación, detectores de humo, teflones, velcro, joysticks, monitorización y termografía, entre miles de materiales y sistemas que facilitan la vida cotidiana del mundo entero. Así mismo, el “blockbuster” ha permitido que a partir del presente milenio hayan podido ser contadas de manera hermosa las fantasías de J.R.R. Tolkien junto con las de Stan Lee. El “stop motion” y el “simulcam” permiten las creíbles escenas de “Edge…”, “Trascendence…” o “Transformers”, mientras las pantallas verdes o azules facilitan contar historias bíblicas antes imposibles de imaginar, así como las imaginerías hologramáticas han podido revivir icónicas figuras en los escenarios. Pero, todo ello no debe llevar a desfallecer en su tarea a directores del art cinema, autores de culto y buenos productores independientes, que siempre habrán de estar a la saga de los “más vendidos” pero nunca de los más queridos en la cinemateca global.
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