sábado, 2 de enero de 2016
Los efímeros de la ciudad globalizada
Las ciudades son las gentes. La polis comenzó como un concepto novedoso de agrupación social. La política lo hizo como una propuesta de convivencias en pro de las decisiones en vida comunitaria. Estos elementos se han ampliado a nivel global, mostrando cuánto estábamos equivocados al pensar solo localmente. Los grandes proyectos de desarrollo parecían provenir de mentes privilegiadas y de figuras sin origen determinado. Las míticas, las historias, las reflexiones humanísticas parecían pasar por el filtro de inteligencias que se diferenciaban de todo lo que hubiera en su derredor.
Hoy ya no es así. La información se democratizó pudiendo llegar a toda aquella persona que desee tenerla. Sin embargo, aún prosigue, siempre lo será, la diferencia humana entre quienes buscan de manera autónoma enterarse del mundo que les rodea y los otros que receptan de forma pasiva lo que el germen comunitario les provee sin mayor esfuerzo de su parte.
Así, de manera clara, la política actual se ha impregnado de varias fuentes de dependencia. Una, el rumor de las redes sociales que, tras trendings que cambian a cada momento, pretende presionar los rumbos de las decisiones que afectarán la vida de todos. Otra, la información que fluída, pero en muchos casos quizá tergirversadamente, induce una especie de mitos urbanos capaces de dar forma a grandes propuestas políticas. La siguiente, el deseo de expandir una gran sensación de libertad a través de la derrota de las enormes distancias mediante lo satelital, lo teleinformático, lo aéreo, la transportación masiva y el desplazamiento individual a velocidades crecientes.
Es aquí, como vaticinaba el maestro Galbraith, que la idea del auto-móvil invadió los esfuerzos de la ciencia, las actividades de la industria, las necesidades de las cities, los cielos puros y las campos vírgenes. Todos estos ámbitos recibieron los impactos de la gran megalomanía motorizada. Hubiera sido suficiente pensar en vencer las distancias del comercio y de la necesaria movilidad masiva, aunado ello a la investigación de fuentes puras de energía. Pero, como es de esperar, la ciencia no precede a la evolución social sino que la sucede, inventando aparentes soluciones eficientes a cada una de las urgentes necesidades propias de la vida gregaria.
Es así como las urbes obedecen de manera ciega a los motores, les abren surcos a cualquier costo, se someten a problemas colaterales bajo grandes supuestos y cambian las vidas de sus habitantes en apariencia de forma imperceptible pero nunca desconocida. No obstante, los ciudadanos votan por ello y propugnan malas decisiones. Debaten por esto. Imaginan en pro de tal. Y siguen de manera ciega, como insectos atraídos por las luces, el foco candente que les ha de quemar. La crisis climática, los desastres ambientales, los gobiernos sin creatividad se orientan por la luz de una estrella que es fugaz en el espacio milenario pero determinante en nuestras efímeras vidas. Entre los grandes desafíos del tercer milenio ha de estar, en un lugar de consciente racionalidad el cambiar ese polo magnético de lo móvil en deterioro de lo inmóvil. Sustituir fuentes, inventar modelos masivos, apaciguar las lides políticas desatadas en este escenario voraz, debieran ser la sencilla tarea de nuestros días.